Daniel 3, 25. 34 43; Sal 24, 4 5ab. 6 y 7bc. 8-9; san Mateo 18,21-35

Pedro hace una pregunta muy sensata. Lo es porque perdonar nos cuesta a todos. Por eso tiene interés en saber hasta dónde hay que soportar. La experiencia nos indica que no es nada fácil. Expresiones como “perdono pero no olvido”, son demasiado frecuentes entre nosotros. Así que Pedro, una vez más da en el clavo. Pedro anticipa una respuesta bastante generosa para nuestro espíritu burgués que se ofende fácilmente. Dice “¿Hasta siete veces?”. Teniendo en cuenta que el número siete indicaba plenitud, Pedro va bastante lejos. Pero no es suficiente, porque Jesús le responde: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”, que traducido significa que hay que perdonar siempre. Y ahí Jesús nos coge desprevenidos porque estamos dispuestos a mucho, pero es que Él lo pide todo.
Para que Pedro, es decir nosotros, lo entienda mejor le propone una parábola que es de un realismo impresionante, porque algunos hemos pasado por esa experiencia. Se nos perdonan graves delitos, especialmente los pecados que Dios borra misericordiosamente en el sacramento de la penitencia, y nosotros a veces guardamos memoria de ofensas nimias que nos han hecho. Dios lo perdona todo y a nosotros nos cuesta perdonar hasta lo más pequeño.
El perdón nace del amor y también de sentirnos perdonados. Con motivo del Jubileo del Año 2.000 Juan Pablo II pidió perdón por los pecados de los hijos de la Iglesia. Lo hizo públicamente. Fue un gesto que muchos no entendieron. Allí se vio que pedía perdón el que lo conoce. La Iglesia, que se sabe fruto de la misericordia de Dios, que cada día perdona a miles de sus hijos y ofrece la Eucaristía por la salvación de los hombres, es capaz de pedir perdón porque conoce el amor. Perdonamos y pedimos perdón. Aquel gesto fue también una invitación a la misericordia. Fue una enseñanza para que el mundo aprendiera a perdonar y también a reconocer sus faltas.
El mismo Papa con motivo de una jornada mundial por la paz escribió un documento titulado: “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”. Y eso se muestra también en la parábola de este evangelio. Hay que pedir perdón porque se ha faltado a la justicia. En este caso se debe dinero. Pero, a veces, la justicia no alcanza a recomponer el orden, como se ve en la parábola, porque la deuda es impagable. Por eso el perdón profundiza la justicia sin negarla. En el caso de la parábola se ve cómo el perdón se orienta a recuperar al otro. Es lo que hace Dios cuando perdona nuestros pecados. Nos recupera para Él y para nosotros mismos. Sería terrible vivir bajo el peso de las culpas. ¡Cuánta gente pierde la esperanza porque no conoce la misericordia y cree que sus faltas son “imborrables”.
Por eso el perdón no niega la justicia. Se puede castigar al culpable y al mismo tiempo perdonarlo. El castigo busca resarcir el daño, en cambio el perdón reconstruye a la persona. No se contradicen. A veces el perdón supondrá levantar la pena, si el bien del hombre lo exige, pero no siempre.
Jesús indica que se debe perdonar siempre. Es la medida de Dios, que no tiene medida.