Isaías 50, 4-7; Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; san Pablo a los Filipenses 2, 6-11; san Marcos 15, 1-39

No sé, serán cosas mías, pero siempre acabo fijándome en la diferencia. Cada evangelista aporta, en el relato de la Pasión, pequeños detalles que no figuran en los demás relatos… Y, ante mis ojos, son esos pequeños detalles los que dan vida a la narración y me sitúan en Jerusalén con tal realismo, que no sé si estoy más allí a aquí, o si estoy allí viviendo aquí.
Durante la Pasión, el mundo se dividió en dos bandos, y aún anda dividido: de un lado, los verdugos, y, del otro, la Víctima. Escuchamos este año a San Mateo mientras sostenemos ramos de olivo en las manos. Toda una paradoja: los ramos nos sitúan en el bando de Jesús, porque muestran nuestro deseo de honrarlo. Pero, en cuanto la narración comienza, nuestros pecados nos llevan al otro bando: fueron ellos los que clavaron a Cristo al Madero.
«-«Amigo, ¿a qué vienes?»»… Judas ha saludado a Jesús con un beso mientras le clavaba en el alma un puñal… Lo ha besado de noche, para no ver sus ojos, porque también él, como nosotros, estaba entre dos bandos: el beso y el puñal, los ramos y las culpas… La respuesta de Jesús es también para mí: «Amigo»… «Yo no te engaño. No retiraré la cara cuando me beses, ni tampoco la retiraré cuando me escupas. Y, ya me beses o ya me escupas, te seguiré llamando «amigo»».
«No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él». También la mujer de Pilato estuvo entre dos bandos. Supo que Jesús era justo, y quiso acallar su conciencia intercediendo por Él… Pero, mujer: si sabías que era justo, ¿Por qué te detuviste ahí? ¿Por qué no compartiste su destino, acompañándolo a la Cruz? ¿Eras acaso como nosotros, que proclamamos a Jesús «justo» con los labios, mientras nos negamos a seguirlo hasta el Gólgota?
«Se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo: «Soy inocente de esta sangre»»… ¡También tú, Poncio! Quieres, a un tiempo, quedar limpio y arriesgar poquito, quedar bien con tu conciencia y con el mundo… ¡Y piensas que lo conseguirás lavándote las manos! Tus manos (tan limpitas), como las nuestras (adornadas hoy con ramos) tocan cómodamente uno de los bandos, pero tu corazón, emponzoñado y apegado a sus culpas como los nuestros, ya se ha instalado en el otro.
«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»… ¡Terrible grito! A eso hemos venido también nosotros: y mientras crucificamos al Señor, recibimos su Sangre redentora y quedamos limpios. Es sobrecogedor.
«Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron». Tibia resurrección, como la de Lázaro… Como la nuestra. Quiso el Señor darles un tiempo más de vida, por si aún se decidían a cambiar de bando… Hoy te concede el Señor un plazo, y dentro de cinco días asistirás a su muerte. ¿Estarás ya, de cuerpo entero, en bando de Jesús, como María?