Hechos de los apóstoles 5, 34-42; Sal 26, 1. 4. 13-14; san Juan 6, 1-15

Sé que el chiste es bastante malo, a fuerza de sabido, pero me acuerdo mucho de él
en estos días: van corriendo un elefante y un ratón por el desierto, y en esto el elefante
se dirige al ratoncillo y le comenta: «¡qué polvareda levantamos, ¿verdad?!». Ese
«levantamos» me parece genial y sublime, porque es absolutamente cierto y
absolutamente gracioso. Cierto, porque el pequeño animal camina junto con el grande, y
nadie podría distinguir el polvo levantado por uno o por el otro; es la misma polvareda.
Gracioso, porque si un ratón, cuyo caminar pasaría inadvertido, puede levantar
semejante torbellino, es por pura gracia del elefante, que se ha avenido a caminar con él
y a dar poder a sus pasos. En esa magnífica frase, la primera persona del plural es toda
una lección de Teología.
Viene a cuento. La misma primera persona del plural la empleará hoy Jesús al
dirigirse a Felipe, un hombre pobre y sencillo, en medio de una multitud de más de
cinco mil personas hambrientas: «¿con qué compraremos panes para que coman
éstos?» Y el pobre ratoncillo, que ni una migaja tiene para sí, se ve obligado a aceptar la
ayuda de Andrés, quien, a su vez, ha pedido la limosna de un niño: cinco panes y dos
peces. Es todo tan desproporcionado, tan sublime, y tan gracioso, que casi podríamos
cambiar, en el chiste, al ratón por una hormiga. ¡ Cinco panes y dos peces de limosna
para alimentar a más de cinco mil hombres! «¿Qué es eso para tantos?»; son los pasos
del ratón. Y cuando el Elefante (no tengas por irreverencia el que compare a Jesús con
un animal tan… tan elefante) comenzó a caminar junto a su amigo, se montó tal
polvareda que comieron todos y aún sobró… «¡Qué bien les hemos dado de comer hoy!
¿verdad?», imagino al Maestro comentando con Andrés después del postre.
No te asustes si Jesús resucitado, señalando a tantos hombres que viven sin Dios, te
dirige la misma pregunta: «¿Cómo llenaremos de gracia las almas de los hombres?
¿Cómo haremos que yo sea amado en todos lo corazones?». Algunos necios, que
escuchan esta invitación del Maestro, la tienen por locura y no la creen: «¡Bastante
tengo con no pecar yo, y con educar a mis hijos!», dicen. Tú no seas de esos. Ya sabes
que eres pequeño, más pequeño que un ratón. Pero también sabes quién te está
hablando. Por lo tanto, con fe y sin miedo, estrechando en tus manos las manos de
María (al Rosario me refiero), echa a caminar, con el rostro al viento, y habla de Cristo
abiertamente con tu vida y tus palabras de amigo. Te sorprenderás: «¡Qué polvareda
levantamos! ¿verdad?». «Sí, Señor, la levantamos, la levantamos…»