Hechos de los apóstoles 11, 1-18; Sal 41, 2-3; 42, 3. 4; san Juan 10, 1-10

Continúa en el Evangelio de hoy el discurso del Buen Pastor. Este texto hacía estremecerse a san Agustín porque se sentía interpelado no sólo como cristiano sino también como pastor. Es muy fácil que cualquier sacerdote experimente una sensación parecida. Me comentaba hace pocos días un compañero: “Yo noto que mi vida se divide entre cuando soy pastor y cuando simplemente ejerzo de funcionario eclesiástico”. Se refería a que, a veces, en el despacho parroquial, atendiendo a esos cristianos esporádicos que sólo acuden en momentos muy puntuales, para una boda o un bautizo, le podía la burocracia. Eso no es ser ladrón, como dice el evangelio de hoy, pero sí que se parece un poco a los mercenarios. Todo sacerdote mínimamente consciente, lucha para no quedar absorbido y poder tener un corazón a imitación del de Cristo. Santo Tomás de Aquino llega a decir: “La salud espiritual del rebaño importa más que la vida misma del pastor. Por eso, cuando el rebaño está en peligro, su pastor tiene que asumir perder su vida por la salvación del rebaño.”

En la Iglesia ha habido pastores que han dado la vida por sus ovejas. El martirologio está lleno de obispos y sacerdotes que derramaron su sangre a fin de conservar la fe del pueblo de Dios. Hay testimonios estremecedores como san Fructuoso, mártir de Tarragona, Tomás Becket en Inglaterra o tantos otros martirizados en el siglo XX en España, México, países comunistas… Gracias a Dios hay muchos pastores buenos que trabajan verdaderamente en nombre de Jesucristo. Y no sólo mártires. Hay otros que, sin haber derramado su sangre, han contribuido grandemente al crecimiento de la Iglesia.

El buen pastor camina delante. No se queda atrás viéndolas venir, ni se escapa por miedo, ni tampoco se desentiende por comodidad. Camina delante con sus ovejas. A mí siempre me produce un impacto especial cuando veo una misa en la catedral de la diócesis. Allí se ve al Obispo, normalmente con bastantes sacerdotes a su alrededor y una multitud de fieles que lo acompañan fiándose de su palabra, que es resonancia de la de Cristo. Igualmente, hace pocos meses se avanzó en el proceso de martirio del obispo, sacerdotes, religiosos y laicos de Castellón, en la persecución religiosa que hubo entre 1936 y 1939. En esa causa es hermoso ver cómo aparece toda la Iglesia unida y cómo representantes de ella, con diferentes vocaciones y carismas, encabezados por su pastor entran juntos en el cielo. Es una imagen muy consoladora que, al mismo tiempo, nos ayuda a entender la estructura de la Iglesia.

Cuando escuchamos el sermón del buen pastor es un buen momento para preguntarnos si rezamos por el Papa, por nuestro Obispo y por los sacerdotes que nos ayudan. No pedimos por ellos como hacemos por los familiares y amigos, sino de otra manera. Ellos son representantes de Jesucristo que están cerca de nosotros para ayudarnos en nuestra vida cristiana. Hemos de ser conscientes de la dificultad que, muchas veces, comporta el ejercicio entregado del ministerio. Las cosas no son tan fáciles y los pastores necesitan de nuestra oración y ayuda.

Que María, que se recogió en la casa de Juan y compartió los primeros momentos de la Iglesia junto a los apóstoles cuide de todos los pastores de la Iglesia para que todos sus miembros puedan acceder a los prados verdes de la vida eterna.