Hechos de los apóstoles 16, 1-10; Sal 99, 1-2. 3-5; san Juan 15, 18-21

Cualquier día sacarán al mercado la “sopa Da Vinci,” pues parece que media humanidad tiene que leer, ver, opinar y valorar el dichoso código. Ni he leído el libro ni veré la película (no voy a subvencionar a quien insulta a mi madre la Iglesia), pero ha sido inevitable ver el anuncio del film por televisión. No me acuerdo bien pero decía algo así como: “Dudará de todo en lo que creía creer.” Y seguro que es un buen reclamo publicitario. Parece que a los cristianos nos encanta dudar de la fe y poner en crisis nuestras creencias y valores.

“La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. (…) Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo”. Sin duda si hacemos una encuesta todo el mundo nos dirá que la paz es un valor, pero parece que a los creyentes nos encanta leer libros, ver películas o programas de televisión que nos quiten la paz. Muchos se creen tan “adultos” que esas cosas no les afectan, siempre seguirán siendo creyentes. No hay más que mirar de unos años hacia acá para ver como se ha visto afectada la fe de los creyentes. Primero se seguía creyendo pero sin sacramentos (“¿Para qué ir a Misa o confesarse? ¿Qué aporta el matrimonio al amor que nos tenemos? Sólo es un papel” …). Poco después se seguía creyendo pero sin la Iglesia. (“A fin de cuenta todos las religiones son iguales” “¿qué tiene que decir el Papa de mi vida?” “¿qué sabrán los curas de nada si sólo son unos vividores?” “Mucha gente va a Misa y es más mala que un dolor”…). Al rato también seguíamos creyendo, pero sin la Sagrada Escritura (“¿te has leído ya el “Caballo de Troya?” “¡Menudo descubrimiento lo del evangelio de Judas!” …) Y por último seguimos siendo tan creyentes como siempre pero sin Jesucristo, pues ya no es el Hijo de Dios, sino un simpático padre de familia de hace 21 siglos que una serie de extrañas sectas de asesinos herederos de los templarios quieren hacer que siga vivo. Pero a pesar de pensar todo eso –cuánta gente me lo dice y se lo cree-, se siguen llamando cristianos y buenos creyentes.

Si San Pablo pudiera escribirnos hoy unas cuantas cartas (aunque basta leer las que contiene el Nuevo Testamento), echaría fuego por su pluma. “En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído.” El anunciar el Evangelio fue una tarea ardua y también lo fue el que los nuevos cristianos perseverasen en la fe. No podemos tener segura nuestra perseverancia si no queremos subir hasta el Calvario, si pretendemos edulcorar la vida de Cristo o hacer de la revelación divina un producto “light.” No podemos engañarnos, creer y seguir creyendo en un mundo que pone todo en tela de juicio. Es costoso, pero es la única manera de encontrar la paz y la verdadera alegría.

“Es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago.” Para el Señor pocas cosas son necesarias, pero esta es una de ellas. Hoy para los cristianos es necesario mostrar al mundo el rostro de Dios, que es amor. Nos lo recordaba el Papa en su primera encíclica: es necesario el testimonio de la caridad. El mundo no necesita de discusiones frívolas ni de peleas entre unos y otros, necesita de Dios y sólo podrá encontrarlo si nos decidimos, de verdad, a anunciarlo con nuestra vida.

La sangre de los mártires, las virtudes de los santos y nuestra Madre la Virgen son testigos de nuestra fe en Jesucristo y de la acción del Espíritu Santo hoy en la Iglesia. Hagamos presente en el mundo la fe con obras.