san Pablo a Timoteo 3, 10-17; Sal 118, 157. 160. 161. 165. 166. 168 ; san Marcos 12, 35-37

«La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo»… Aquellos hombres sencillos sonreían mientras Jesús hablaba. Se dejaban cautivar por la Palabra, y el tiempo se les pasaba «volando». Si miles de personas se reunían en torno al Maestro; si aquellos hombres eran capaces de pasar tres días sin comer junto al Señor, como sucedió cuando Jesús multiplicó los panes y los peces, era, sin duda alguna, porque habían acudido a disfrutar, porque la Palabra de Dios embelesaba sus almas, aún cuando no siempre la entendieran.
¿Qué se nos ha perdido desde entonces? ¿Por qué una buena parte de los cristianos acuden a misa o a la oración como quien se acerca a cumplir con un precepto «reloj en mano»? ¿Por qué están de moda la misas «cortas»? ¿Por qué se llenan los domingos aquellas iglesias en que la misa no supera los treinta y cinco minutos? ¿Por qué no puedo predicar más de ocho minutos sin que alguien mire inquieto su reloj (bueno, esta pregunta puede tener respuestas diversas; pasémosla por alto)? Me comenta mi amigo Alfonso que se ve obligado a celebrar diariamente la misa para los universitarios en menos de quince minutos… Entre tanto, en los otros «templos» (discotecas, bares, restaurantes, salas de cine, piscinas, playas) la gente permanece durante horas; están de moda las películas largas; «no hay prisa, estamos descansando»… Hemos clasificado las cosas de Dios entre ese tipo de cosas «que cansan», y, para las cosas «que cansan» rigen las mismas leyes que para el software de nuestros ordenadores: tienen que ser rápidas, comprimidas, y eficaces. Es decir, algo que se pueda uno «quitar de encima» cuanto antes. Sin embargo, para el cine, las vacaciones, el «Gran Hermano», o las salidas nocturnas, se aplica más bien el bolero: «Reloj, no marques la horas / haz esta noche perpetua, etc…». Hemos convertido a Dios en un «pesado» al que soportamos porque no tenemos más remedio si queremos que nos escuche Él a nosotros. Sé que muchos nos echan la culpa a los sacerdotes; nos dicen que aburrimos hasta a las piedras… Pero nos lo dicen porque les gustaría que el cura fuera Kevin Kostner, y la misa fuera un largometraje de acción o un concierto de Rock. ¿Qué buscan?
Quisiera gritar que se puede disfrutar muchísimo con la Palabra de Dios; que frente a ella se pueden pasar los mejores momentos de la vida; que la lectura del libro de Tobías que hoy nos ofrece la liturgia es maravillosa, porque en ella aparecen, como en una profecía, Jesús crucificado, su Divina Sangre, Dios Padre, la Iglesia, el drama del pecado y el gozo de la reconciliación… Pero se me acaban las líneas y tengo que callar: «rápido, comprimido, y eficaz», porque, en esta revista, las cosas de Dios sí que deben regirse, necesariamente, por las leyes de la informática. Con todo, no callaré sin antes pedirle a la Virgen que algún día, algún domingo, las familias cristianas se levanten impacientes, se vistan «de punta en blanco», y con gozosa hambre vayan alegres a la Iglesia… a disfrutar.