Reyes 19, 19-21; Sal 15, 1-2a y 5. 7-8. 9-10 ; san Mateo 5, 33-37

En el comentario de hoy quiero fijarme en el salmo responsorial. Dice en una de las estrofas: “Bendecirá al Señor que me aconseja: hasta de noche me instruye internamente”. Una de las primeras veces que hice Ejercicios Espirituales recuerdo que me impactó una enseñanza que el Padre predicador había tomado de san Ignacio. Nos aconsejaba que antes de irnos a dormir pensáramos en el tema de meditación para el día siguiente. Nos señalaba que también durmiendo el Señor nos instruye y que quién se acuesta pensando en cosas santas se levanta con ese pensamiento.

Por otra parte, son varias las personas que me han comentado que, en ocasiones, ante un problema que no sabían como solucionar se iban a dormir dándole vueltas y que, al amanecer, se sentían como iluminados y tenían una respuesta. Si eso sucede en el plano natural, también en el espiritual. Dios nos instruye cuando dormimos. En la Sagrada Escritura no faltan ejemplos. Por poner algunos, recordemos a Jacob, que sueña en Betel, a José que interpreta los sueños del faraón o al mismo san José al cual habla un ángel mientras duerme.

Muchos piensan que el tiempo de dormir, un tercio de la vida, es tiempo perdido. No es verdad. Dios en su sabiduría ha previsto la necesidad de que el hombre descanse y se ha servido de ese hecho también para instruirle secretamente. Uno va a la cama para dormir. Recuerdo un autor espiritual que insistía en este hecho. Decía: “en la cama no se reza, se duerme. Reza antes de acostarte.” Se lo he repetido a muchas personas que me dicen que se duermen antes de acabar las oraciones nocturnas. Si las hicieran con las rodillas hincadas en el suelo no les pasaría. Tampoco recomiendo, a los que les cuesta dormir, que sustituyan el contar ovejas por la letanía de los santos, porque si se centran podrían desvelarse. Cada cosa tiene su momento, aunque también es verdad que cada persona es un mundo y lo que vale para uno no sirve para otro. Lo que interesa subrayar es que el dormir ordenado no es una pérdida de tiempo. El mismo Jesús durmió, incluso en medio de un temporal, y así demostró que el sueño puede ser santo.

Cuando nos vamos a dormir sabemos que Dios sigue junto a nosotros. Y a quien se pone totalmente en sus manos puede suponerle un momento especial de lucidez espiritual. De hecho tenemos, por ejemplo, el testimonio de Samuel, a quien Dios llamó varias veces mientras dormía. El final del salmo de hoy es preciso, y una oración para cada noche: “Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.”

Si la conciencia nos acusa hagamos un acto de contrición; si no es el caso demos gracias a Dios por sus beneficios del día y encomendémosle nuestro descanso. Durmamos lo que necesitamos para reemprender la tarea al día siguiente y pongamos esta faceta, que ocupa tanto tiempo en nuestra vida, en manos del Señor. Hay que sobrenaturalizarlo todo.

Que María, que cuidó amorosamente del sueño de Jesús, proteja también nuestro descanso.