Job 38, 1. 8 11; Sal 106, 23- 24. 25-26. 28-29. 30-31; san Pablo a los Corintios 5, 14 17; san Marcos 4, 35 40

Hace tiempo que no escribo. Ahora, en mis diez días de vacaciones, espero tener algunos ratos de tranquilidad para hacerlo con calma. Cierto que tengo que usar un PC en vez de mi iMac y, sin querer ser chauvinista, no tiene ni comparación. A pesar de no ser muchos días lejos de la parroquia ya he tenido que ir a Madrid alguna vez. Todavía no tengo mucha confianza en que el GPS se sepa todos los caminos y, aunque me indica el camino más corto, a veces he decidido irme por el camino conocido y, por supuesto, he acabado en algún atasco. Me molesta que una máquina sepa más que yo (cosas de la soberbia), y como la vocecilla del GPS no se enfada aunque no le hagas caso, suelo llevarle la contraria.

“Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua.” Parece que nuestro Señor tiene mala idea. Él, que sabía leer los corazones de los hombres, que tantas veces habla de los signos de las nubes en el cielo, ¿no es capaz de prever una tormenta? ¿Quería que los apóstoles pasasen miedo o tal vez quería demostrarles que no eran tan buenos marineros como Pedro y Santiago seguro que presumían? Ellos muertos de miedo y Él durmiendo. ¿Cómo los había metido en aquel lío?

Muchas veces pensamos algo así de Dios. ¿Cómo ha permitido Dios que me pase esto? Nos gustaría que Dios fuese como un GPS, del que verdad nos fiásemos, y nunca se equivocase para llevar a buen término y por buen camino nuestra vida. Libre de obstáculos, accidentes, atascos y de las vallas del alcalde de Madrid. Y entonces nos enfadamos con Dios, le gritamos, pero es como gritar a mi GPS, parece que no se inmuta, sigue hablando bajito.

Dios no es un GPS. No va a evitarnos obstáculos, no va a hacernos inmunes a la enfermedad, ni a las críticas, ni nos evitará fracasos. Hay un viejo chiste, que ahora copia una Caja de Ahorros en España, que dice que “el dinero no da la felicidad… pero ayuda.” Puede ser que el dinero consiga atajos en la vida si estás dispuesto a comprar a las personas, a venderte a ti mismo y poco a poco vayas olvidándote de quién eres y te consideres sólo por lo que tienes. Pero eso no es la felicidad. El cristiano es feliz no porque no vea los obstáculos o dé un rodeo, sino porque viéndolos, no tiene miedo a afrontarlos.

“El Señor habló a Job desde la tormenta: – «¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y nieblas por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: «Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas”?»”  Con semejante aliado ¿a qué o quién  podemos temer? “Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.” Juzgar a Cristo según la carne es no fiarnos de Él, es pensar que no es capaz, cuando no podamos más y creamos que nos hundamos, de levantarse y decir: “¡Silencio, cállate!” y conseguir para nosotros la paz en medio de la más feroz tormenta o los acontecimientos más escabrosos. Pero somos criaturas nuevas, pues somos de Cristo y no permitirá que nos suceda nada fatal –que sería el pecado y la desesperanza-, y por eso afrontamos la vida con alegría, aunque tengamos que cruzar montañas de problemas y navegar en medio de feroces tormentas.

“Nos apremia el amor de Cristo” para anunciar a todos los hombres la nueva vida en Cristo. Tenemos que decir a tantos hombres, en primer lugar a nosotros mismos: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?” y reafirmar nuestra confianza en Cristo. Muchos prefieren creer a tal o cual político que, tal vez le aconsejen no montarse en la barca y que bordeen el lago, pero esos son los mismos que te abandonarán cuando te traguen las aguas movedizas del pecado. Ninguna ideología salva, sólo Cristo nos redime.

Nuestra Madre la Virgen no buscó atajos, sabía que con su confianza en Dios, hasta el estar al pie de la cruz viendo morir a su Hijo sería motivo de Gracia y de alabanza a Dios. ¿Seremos capaces de pensar igual? Con la Gracia de Dios, sí. Vamos a la barca de la vida pero, acompañados por Jesús, no le dejemos en tierra.