Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24; Sal 29, 2 y 4. 5 6. 11 y l2a y 13b; san Pablo a los Corintios 8, 7. 9. 13-15; san Marcos 5, 21-24. 35b-43

Ha comenzado el carné por puntos. Se ve que a mi coche no le ha gustado la medida y ha decidido romperse el cárter y dejarme tirado en a cuneta (literalmente). Así que ahora me dedico a usar el transporte público, lo que da muchas posibilidades de tratar con gente. Ayer, antes de subirme al autobús (que tardó hora y media en un recorrido de cuarenta minutos), me abordaron dos conocidos y, ante la muerte de un amigo suyo, me decían que todo lo que dice la Iglesia es mentira y que Dios siempre se lleva a los buenos. Les comenté que la muerte era para los buenos, los malos y los regulares y que si no existiese Dios, que es la verdadera Vida, entonces sí que estábamos apañados.

“Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.” No creo que haya mucha gente sin fe, aunque hay mucha gente cómoda. La radicalidad del ateo sería asomarse al abismo de la muerte y caer en él, sin ninguna esperanza. Pero en el corazón del hombre habita la esperanza. Jairo tenía esperanza, a pesar de que querían sembrar la inquietud en su corazón. Pero el Señor le había asegurado: “No temas, basta que tengas fe.” Y se agarró a esas palabras de esperanza.

Muchos se reirán de los cristianos ante la certeza de la muerte y del mal en el mundo. Pero se lo toman como la última palabra en una existencia, y la última palabra es de Dios y es una palabra de vida. Dios es Dios de Vida. Juan Pablo II y Benedicto XVI han hablado a menudo de la cultura de la muerte. En Valencia ha comenzado el encuentro mundial de las familias, y ese es un encuentro de vida, de esperanza, de ilusión, de fe. Es en la familia donde aprendemos realmente lo que es el amor gratuito y donde palpamos nuestro sentido de eternidad. ¿Quién enterraría a su abuelo, a su madre, a su hijo sin lápida, sin inscripción, sin esperanza de volver a encontrar un día a ese ser querido? Esa sería la radicalidad de la cultura de la muerte, que tira a la basura a los no nacidos y los trata como deshechos. Para el cristiano toda vida es importante, desde su concepción hasta su muerte natural, pues estamos llamados a la vida.

Por contraposición a la cultura de la muerte está la cultura de la vida. Es decir a cada hombre y mujer “Talitha qumi.” Levántate de la postración, de la tristeza del desencanto. Aprende a escuchar la voz de Dios que se manifiesta en los acontecimientos, que ante cualquier tragedia tiene una última palabra. Una palabra que no es de abandono a nuestra suerte (como ha hecho mi coche), sino de ponernos en manos de Dios. Por esto la Iglesia vive la caridad, sale al encuentro de lo más desfavorecidos, de los pobres, de los enfermos de los débiles. Porque tiene algo que decirles, tiene que anunciarles la esperanza y la posibilidad de un mundo nuevo. Nadie debe quedarse encerrado en su miseria, intentando no escuchar la Palabra de Dios. Los cristianos, siempre, les hablaremos de esperanza, de la fidelidad que Dios tiene con nosotros, aunque le seamos infiel a él.

María nunca nos deja tirados. Siempre se acerca a nosotros y nos presenta en sus brazos a Cristo. Nos levanta de nuestra postración y nos ayuda a palpar la bondad de Dios. Si tenemos fe nunca vence el mal.

Hasta que se me haya roto el coche tendrá de positivo el que tendré que dejar de fumar para empezar a ahorrar, a ver si algún día puedo comprarme otro. Estaré de peor humor, pero de momento conservaré todos mis puntos.