Oseas 2, 16.17b-18. 21-22; Sal 144, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 ; san Mateo 9, 18-26

Algunos se apresuran a expedir el acta de defunción de personas o de instituciones sin que hayan fallecido. Y no reparan en que, a veces, hay muertos, así los consideran ellos, que tienen mucha vida. Es cuestión de abrir los ojos, y ponerse esas gafas de aumento que hacen ver las cosas en la dimensión que realmente tienen. Las gafas de la fe. Es lo que hace aquel padre que amaba profundamente a su hija y no se resigna, por eso se acerca al Señor, para pedirle un imposible: que la devuelva a la vida. El poder de Dios no se empequeñece. Siempre hay tiempo de esperanza para el que confía en Él, y no se deja llevar por los pesimismos del ambiente.

Este fin de semana lo que ha ocurrido en Valencia, capital de las familias por unos días, nos ha mostrado cosas sumamente interesantes. Muchos habían enterrado lo que ellos llamaban “familia tradicional”, para dar al mundo la posibilidad de la apertura a “otras realidades”. Pero resulta que la realidad es mucho más sencilla, y quizá testaruda. Y ahí está: se va imponiendo sin que apenas se note, pero… notándose. Ya me entendéis.

El Papa ha hablado fuerte y claro este fin de semana en Valencia. Sin imponer nada, aunque llamando a las cosas por su nombre, que es la mejor manera de servir a la verdad. En qué se basaba para decir lo que dijo: en la verdad proclamada por Cristo, en una verdad que no envejece, y además en la práctica, vivida con normalidad y alegría por muchas familias que estaban allí para dar el testimonio fehaciente de que es posible. Estas eran sus palabras: Para avanzar en ese camino de madurez humana, la Iglesia nos enseña a respetar y promover la maravillosa realidad del matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, que es, además, el origen de la familia. Por eso, reconocer y ayudar a esta institución es uno de los mayores servicios que se pueden prestar hoy día al bien común y al verdadero desarrollo de los hombres y de las sociedades, así como la mejor garantía para asegurar la dignidad, la igualdad y la verdadera libertad de la persona humana.

La vida en familia no es una utopía, algo irrealizable y lejano, la vida en familia se hace de esfuerzo, tesón y lucha por cosas que merecen la pena: el matrimonio, los hijos… Cuando tantos lloran con estrépito y espectáculo, diciendo que no es posible, necesitamos que nos recuerden que es posible. Cuando hay agoreros que dicen que la mujer sólo puede realizarse negando su condición de esposa y de madre, conviene recordar que su condición de esposa y de madre es un don de Dios para ella misma y para los demás, para la sociedad. No deja de ser curioso que, en el Evangelio de hoy, el Señor resucite a una mujer, una niña que tiene toda la vida por delante, quizá para indicar un factor más de esperanza para una sociedad que se mira demasiado a sí misma y que llora más que mirar al futuro buscando una ilusión que no viene únicamente desde el hombre, sino que ha de apoyarse en Dios.

Vamos a terminar con las palabras del Papa, invocando a María: “María es la imagen ejemplar de todas las madres, de su gran misión como guardianas de la vida, de su misión de enseñar el arte de vivir, el arte de amar”.