Oseas 10, 1-3. 7-8. 12; Sal 104, 2-3. 4-5. 6-7 ; an Mateo 10, 1-7

Confieso que me gusta, me encandila, me hace sentirme querido: cuando alguien,
dirigiéndose a mi, pronuncia mi nombre con cariño, un escalofrío de gozo y ternura
recorre mi alma… Y si, en lugar de mi nombre, pronuncia ese apelativo cariñoso por el
que sólo los más cercanos me conocen, y que es como una clave secreta de amistad, me
siento en casa. No es bueno que los apelativos cariñosos estén al alcance de cualquiera:
crean un ámbito de cercanía y confianza que no debe profanarse.
Leer, en el santo evangelio, los nombres de los doce apóstoles, no es acercarse a una
lista de hombres ilustres. Es recrear, en la intimidad en que debe leerse la Escritura, una
llamada personal, cariñosa, confidencial, del Señor hacia cada uno de ellos; cuando
leemos «Simón, el llamado Pedro», el alma se ilumina con ese Amor de Cristo, que
inventa un apelativo con el que llamar a quien ama… ¡Cómo se estremecería el alma de
aquel pescador cada vez que escuchaba, de labios de su maestro, el nombre nuevo:
«Pedro»! Y cuando, entre aquellos más cercanos a él, le llamaran así, con toda
seguridad, se sentiría de nuevo nombrado y amado por Cristo.
Leer los nombres de los doce apóstoles es caer en la cuenta de que, también a mi, el
Señor me ha llamado por mi nombre; nadie jamás ha pronunciado mi nombre con tanto
cariño como Jesús de Nazareth lo hace cada vez que me acerco a Él. Y, cuando alguien
pronuncia mi nombre con cariño, y más aún si me llama por ese nombre que pocos
conocen, me siento llamado y querido por Dios. Me siento importante… importante,
sobre todo, para Él… ¿No descubrirás de qué manera se llena el alma de paz, cuando en
la oración, además de hablar y hablar, escuchamos… escuchamos palabras de Amor
pronunciadas por el Amor de los Amores?… ¿No llamó el ángel a María «llena de
gracia»? ¿Y no era «llena de gracia» el apelativo cariñoso con que Dios se dirigía a «su
esclava»? Y luego: «no temas, MARÍA, porque has hallado gracia a los ojos de Dios».
Yo también me dirijo a ella con un «apelativo», y sé que le gusta.