eremías 3, 14-17; Jr 31, 10. 11 12ab. 13 ; san Mateo 13, 18 23

Al escuchar la explicación de la parábola del sembrador me pregunto ¿De qué clase de terreno está hecho mi corazón? Quizás no es sólo de un tipo sino de varios. Y hay semillas que se las lleva el Maligno, otras quedan ahogadas por las zarzas, otras… y quizás alguna dé fruto. ¿Puedo conformarme con eso?

Cuando estudiaba moral recuerdo que el profesor insistía en que las virtudes acostumbran a crecer juntas. Porque el hombre es uno y en todo busca la unidad. También Jesús viene a salvar al hombre entero y no por partes. Por eso, aunque no todo el Evangelio haya calado en mi interior con igual intensidad no puede dejar de preguntarme cuál es mi disposición ante lo que Dios me quiere decir.

Las aclaraciones que hace Jesús son muy iluminadoras. Cuando el Evangelio no es verdaderamente asumido, sino un simple barniz, se va con la misma facilidad con que llegó. El otro día el Arzobispo de la Plata (Argentina) acusó a los que, decía él, sólo son católicos de etiqueta. Cuando el Evangelio no se interioriza, fácilmente se pierde. Lo mismo sucede con los inconstantes y con los que intentan compatibilizar su adhesión a Jesucristo con su compromiso con el mundo.

Al final queda una cosa clara. Para poder dar fruto hay que estar totalmente disponible para Dios. Unos darán más y otros menos, pero servirán totalmente al Evangelio. Por eso aquí se trata de nuestra disposición ante el Evangelio. Podemos empezar por algo muy simple: ¿Cómo escuchamos la palabra de Dios en la celebración de la Misa? Confieso que en más de una ocasión me he sorprendido a mí mismo sin recordar las lecturas del día. Y otras veces me doy cuenta de que sé de qué tratan porque a partir de una frase puedo reconstruirlo todo, pero que también fallé a la hora de estar atento.

Después podemos mirar si interiorizamos esa palabra. Es decir si se graba de tal manera que empieza a influir en mi vida. Normalmente se nota porque la llevamos a la oración y sacamos algún propósito o sentimos algún consuelo. El propósito, aunque debamos renovarlo cada día, nos ayuda a no ser inconstantes.

Finalmente puedo mirar de qué modo roturo el terreno de mi corazón para que sea más receptivo a lo que Dios me quiere decir. Para ello sirven muchas cosas. Desde la lectura espiritual hasta la confesión. Todo aquello que me sensibiliza más para con Dios es bueno. Hay personas que quizás no tienen mucha formación (en sentido cuantitativo, porque la auténtica formación es la caridad), pero que han moldeado su corazón de tal manera que siempre están prontas a lo que Dios les dice. Ello es por la devoción. El cultivo de la devoción ayuda a estar siempre a punto para las cosas espirituales. De ahí la importancia de los actos de piedad bien hechos y de la oración pausada y atenta.

Que la Virgen María, que dio el ciento por uno, nos enseñe a recibir la predicación del Evangelio para que germine en nuestras vidas y dé fruto abundante.