Jeremías 15, 10. 16-21; Sal 58, 2-3. 4-5a. 10-11. 17. 18; san Mateo 13, 44-46

«Cuando encontraba palabras tuyas, las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón». Esta Palabra va a ser puesta a prueba ahora mismo. Son las 10.08 de la mañana. Me he levantado con el estómago revuelto como si le hubieran metido catorce gatos. Hoy me han traído para desayunar unos huevos fritos con bacon, cuya sola contemplación casi me provoca un espasmo de lo más impertinente. Todo ello me sume en la depresión, porque yo soy campeón estival de entrecot «vuelta y vuelta» y cuando pierdo el apetito me deprimo. Abandono los huevos, me siento a escribir… Cerrar la ventana es imposible, porque el calor de agosto acabaría conmigo. Y, de repente… ¡La cortadora de césped! Un artefacto descomunal con motor diesel que monta un escándalo de mil tracas valencianas con amplificador… ¿Podrá la Palabra abrirse paso entre los espasmos de mi estómago y los decibelios? Las 10.15. Podrá. Podrá porque lo que Jeremías escribió fue, precisamente, eso. Todo a su alrededor iba mal (acaba de empezar a sonar una jota aragonesa acompasada por la *@‰Ÿ¥#& cortadora): «¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos!»… «me llenaste de ira»… «¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga?»… Sin embargo, cuando el profeta se recogía en torno a la Palabra, ésta parecía cubrirle como una tienda, y allí encontraba su alegría. Las 10.23.

Me he preguntado si disfrutamos rezando; si lo pasamos bien paladeando la Palabra de Dios. Para muchos, que comienzan a leerla, la Escritura es misteriosa e incomprensible. Desalentados, la abandonan y se van en busca de otros libros que hagan más «llevadero» el rato de oración… Hacen mal. Si la Escritura no se entiende, hay que insistir. Hay que llamar a sus puertas hasta que las puertas se abran… La puerta es el evangelio. Comenzar a leer por el Génesis sería intentar entrar por la chimenea, como el idiota de Papá Noel. Se abre el evangelio, se lee una y otra vez, muy despacio, hasta que una frase, un gesto de Jesús, una enseñanza nos llama la atención y nos obliga a detenernos y rezar. ¡Quieto ahí! Disfruta de esa luz. Cuando hayas gozado de ella, continúa la lectura hasta la luz siguiente … En poco tiempo, las luces serán cada vez más numerosas.

Después irás entendiendo el Antiguo Testamento como anuncio del Evangelio. Y después -hablo quizá de años-… Habrás encontrado el tesoro escondido: «lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo»… Ya no te hacen falta los libros. Tienes el Libro, y la oración es un maravilloso recreo. Las 10.31.

Que la Santísima Virgen bendiga al de la cortadora, a vosotros y a mí. Tan bien me lo he pasado que he superado el folio. Voy a por la tijera. ¡Hasta mañana! Las 10.34.