Jeremías 18, 1-6; Sal 145, lb-2. 3-4. 5-6 ; san Juan 11, 19-27

A veces la bondad es un problema. Se ha identificado el ser cristiano con ser bueno. Cuántas veces me dicen: “Mi marido no va a Misa, pero es muy bueno.” Yo nunca dudo de la bondad de las personas. Conozco a muchos no cristianos que son buenísimos y otros tantos cristianos que son más malos que un dolor. Es cierto que ver a un cristiano actuando mal provoca escándalo, pues al cristiano la bondad se le supone –como el valor en la mili-, pero ser cristiano no es ser bueno, aunque el cristiano tenga que ser bondadoso y caritativo.

“Entonces me vino la palabra del Señor: -«¿Y no podré yo trataros a vosotros, casa de Israel, como este alfarero? -oráculo del Señor-. Mirad: como está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel.” Ser cristiano es dejarse moldear por Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo. A veces confundimos el ser buenos con el no hacer cosas malas. E incluso decimos que es un niño muy bueno el niño que se está quieto, que no hace nada. Algunos cristianos han equiparado el ser cristiano con esa pasividad del bueno que no hace nada. A esos son los que Jesús dice: “No todo el que dice “Señor, Señor” se salvará.”

El cristiano tiene que tener una fecunda actividad interior, buscando lo que Dios quiere de él y dejándose moldear por Él, y eso luego se traducirá en la actividad exterior. Al que Dios le pida apartarse del mundo para orar continuamente, realizará esa actividad. Y al que le pida implicarse en la vida política, laboral, sindical, familiar, etc. para transformar esa realidad, tendrá que hacerlo. Es cierto que el que actúa tiene la posibilidad de equivocarse, pero así amará más profundamente la misericordia infinita de Dios, que escribe recto hasta con renglones torcidos.

“Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Es una bendición que tengamos que dejar el juicio a Dios. A veces nos encanta juzgar. Principalmente suele ser para sentirnos mejor que los demás, o para intentar arreglar algún mal comportamiento con otra persona, por eso la gente habla bien habitualmente de los muertos. Pero el juicio es de Dios y a Dios tenemos que dejárselo. El cristiano es bueno porque Dios hace buenas todas las cosas y, cuando dejamos que Jesús sea el motor de nuestra vida solemos hacer cosas buenas. Pero ser bueno no significa seguir a Cristo, podemos seguir a nuestra pereza, a nuestra buena fama o a nuestra propia inutilidad para hacer el mal.

Vamos a pedirle a nuestra Madre la Virgen que seamos buenos, mejor dicho, que seamos santos y entonces emanaremos la bondad que nace del corazón de Dios.