Jeremías 26, 1-9; Sal 68, 5. 8-10. 14 ; san Mateo 13, 54-58

Preocupa mucho lo que llaman ahora violencia de género o violencia doméstica (que no domesticada). No es algo para tomárselo a broma, pero parece que lo de compañero o compañera sentimental es algo parecido a “te acompaño en el sentimiento.” No sé si se tomarán al pie de la letra lo de “hasta que la muerte os separe,” pero es impresionante la cantidad de parejas que acaban matándose el uno al otro. Parece que lo que más cerca tenemos es lo que acabamos odiando más, cuando debería ser lo que más amásemos. .Tal vez nos ocurra algo parecido con Dios, está tan cerca de nosotros que lo sometemos a malos tratos y, si fuésemos capaces de matarlo, lo haríamos.

“Y, cuando terminó Jeremías de decir cuanto el Señor le había mandado decir al pueblo, lo agarraron los sacerdotes y los profetas y el pueblo,- diciendo: -«Eres reo de muerte. ¿Por qué profetizas en nombre del Señor que este templo será como el de Silo, y esta ciudad quedará en ruinas, deshabitada? » Y el pueblo se juntó contra Jeremías en el templo del Señor.”  El templo de Silo, donde Ana imploró a Dios un hijo, y le concedió al profeta Samuel, pero que después fue destruido por los filisteos, era un mal recuerdo para los israelitas. Donde Dios había mostrado su misericordia y su compasión, el lugar donde había llamado a Samuel por su nombre, había sido destruido por la infidelidad del pueblo. Y el pobre Jeremías (al que llevamos esta semana escuchando a través de sus conflictos interiores), es despreciado y denigrado por decir lo que Dios le manda, y es que “sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta.”

Hace ya unos años tuve la oportunidad de viajar a Ars. El cura de Ars (habrá habido muchos, pero San Juan María Vianney es conocido como “el cura”), era pequeño de cuerpo, muy feo y no era una lumbrera intelectual. Pero no por eso se rebeló contra Dios. No se ocultó detrás de sus complejos y debilidades. Supo enamorarse de Cristo y descubrir en Él su belleza. Así, con gran trabajo, oración y penitencia, llegó a atraer a personas de toda Francia a su minúscula parroquia. Si nosotros nos diésemos cuenta de que tratando mal a Dios no ganamos nada y que, sin embargo, si descubrimos en Él nuestro tesoro (como Smeagol en el Señor de los anillos), lo ganamos todo, ¡qué distinta sería nuestra vida!.

A veces, cuando alguien me cuenta que se aburre, que su vida es una vida gris y sin gracia, me dan ganas de decirle: “Estás maltratando a Dios, que te ha dado tanto y lo arrinconas en una equina de tu alma, lo apaleas con tu indiferencia a las Gracias que te está dando, y te gustaría matarlo para que la gente te hiciese caso por viuda.” No podemos maltratar a Dios, aunque los demás nos maltraten por él.

El cura de Ars era un ferviente enamorado de la Virgen. Vamos a pedirle que nos ayude a tratar a Nuestra Señora y a Cristo en el sagrario. Que nunca tenga que criticarnos el Señor nuestra falta de fe.