Daniel 7, 9-10. 13-14; Sal 96, 1-2. 5-6. 9; san Pedro 1, 16-19; san Marcos 9, 2-10

Hoy vamos de “marujos.” Cada día entiendo más a las amas de casa. Estos días me toca hacer la colada, poner la lavadora, tender la ropa y esa sutil forma de tortura del mundo moderno, que es la plancha. Hay manchas que sólo se descubren cuando estás planchando y, con sorpresa, descubres la cantidad de agujeros que tenemos en las camisas los fumadores. Deberían inventar la ropa de “usar y tirar,” o las camisas de amianto. Qué distinto es cuando llevas la ropa a casa de tu madre y sólo recoges el resultado de una ropa limpia y ordenada, a pasarte veinte minutos emparejando calcetines. ¿Cómo conseguirán las madres quitar todas las manchas? Creo que lo sabré en la vida eterna, de momento me conformo con darle un agua a la ropa en la lavadora.

“Un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima.” “Hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro.” “Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, corno no puede dejarlos ningún batanero del mundo.” Parece que la Fiesta de la Transfiguración del Señor tiene mucho que ver con la limpieza, y es que es algo parecido a ir al tinte o lavar la ropa en casa: el resultado es el mismo, pero uno sólo cuesta dinero y el otro esfuerzo.

Ir al tinte. Sería el tomarse la fiesta de hoy como un aviso del resultado final, seremos semejantes a Cristo transfigurado, pero no nos planteamos cómo, lo dejamos dentro del montón de los “misterios.” Así se lo toman los que hablan del Evangelio como la “utopía cristiana”, es decir, que no tiene lugar dentro de nuestra vida, es una especie de ánimo moral, pero que no influye demasiado en nuestros actos. Pero San Pedro ya nos advierte contra esto “Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza.” Cristo no vino a darnos ánimos, vino a enseñar al hombre quién es y cuánto lo ama su Padre Dios. El que espera que Dios cambie su vida de repente, sin ninguna colaboración por su parte, acaba creyendo en cuentos o pondrá una reclamación al Espíritu Santo por no darle las gracias que necesita. Lo más triste es que Dios se las está dando, pero no quiere aprovecharlas.

Lavar la ropa en casa. Requiere esfuerzo, tiempo y cuidado. Tenemos que recordar que esa mancha no estaba originariamente en esa camisa, ni tan siquiera podemos esperar que otros no la vean, pues nosotros ya la hemos visto. Digan lo que digan la arruga no es bella. La transfiguración de Cristo nos hace ver quién es el hombre redimido por Cristo. Es lo que estamos llamados a ser y serlo ahora, hoy. El cristiano no puede vivir de mediocridades, ni dejando las cosas a medias. En nuestro bautismo hemos sido identificados con Cristo, y no podemos aspirar a menos que reflejarle a Él en nuestra vida. Puede parecer imposible, no somos tan buenos “bataneros,” pero sabemos que contamos con toda la Gracia de Dios, que es el que actúa por nosotros. Así sabemos que el resultado no depende sólo de nuestro esfuerzo, pero que no será posible si no nos ponemos manos a la obra.

La Virgen lavaría muchas veces la ropa de Jesús, deja que sea ella quien te enseñe a vivir no de “fábulas fantásticas,” sino de la fantástica obra que Dios quiere hacer en tu vida.