Jeremías 28, 1-17; Sal 118, 29. 43. 79. 80. 95. 102 ; san Mateo 14, 13-21

Va ha hacer once años que cada verano subo a lo alto de una montaña a celebrar la Misa por Ricardo, un salesiano, con el que hice hasta allí la última excursión antes de morir él de cáncer. Alguna vez he escrito sobre esta excursión. Llego agotado, no puedo con mi alma y los cigarrillos me pasan factura. Pero llegamos, al fin, un grupo de amigos y, antes de comer un buen bocadillo de atún y pimientos, nos reunimos en torno a la Eucaristía, poniendo a Jesús en medio de esa caminata. Va a hacer once años, pero seguramente este año no suba, no puedo permitir que digan más mentiras sobre mí, el párroco del lugar parece que ha cogido celitos (aunque no parece dispuesto a subir la montaña). Espero que mis amigos suban y, aunque no celebren la Eucaristía, recen un padrenuestro por Ricardo.

“«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: -«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.»” ¡Qué fácil es despedir a la gente para que se vaya a comer!, aunque estén en despoblado. Jesús tenía un éxito “fácil”, había curado a los enfermos, había hablado a las gentes y, según los discípulos, ya podían irse, habían encontrado lo que querían. Pero Jesús va más allá, esa gente tenía hambre, y Jesús no nos deja con ninguna carencia.

“Entonces Ananías le quitó el yugo del cuello al profeta Jeremías y lo rompió, diciendo en presencia de todo el pueblo: -«Así dice el Señor: «Así es como romperé el yugo del rey de Babilonia, que llevan al cuello tantas naciones, antes de dos años.»»” Era fácil romper el yugo de madera, pero Ananás era un falso profeta, de los que despiden a la gente sin haber comido, y así le contesta el Señor por medio de Jeremías: “Ve y dile a Ananías: «Así dice el Señor: Tú has roto un yugo de madera, yo haré un yugo de hierro.” Ese es más difícil de romper.

¡Qué lástima me da ver pastores que creen que es madera lo que es hierro! Creen que pueden romper los yugos casi sin ningún esfuerzo. Se sienten libertadores, anunciadores de la buena noticia, pero no están dispuestos a mover un dedo para hacerlo. Parten fácilmente  la madera, y no se dan cuenta que el yugo es de hierro. Hablan de la importancia de la Misa, pero no celebran todos los días. Se llenan la boca hablando de misericordia, pero son incapaces de perdonar. Ponen como modelo a Cristo, y sólo se miran a sí mismos. Parafraseando a San Pablo, se ponen como “superapóstoles,” y escasamente llegan a mercenarios.

Tenemos que pedir a Dios que nunca dejemos a la gente con hambre. Es muy sencillo no dar el último paso, quedarse a un poquito de lo que Dios te pide, y justificarse diciendo que ya has hecho bastante. Es muy fácil romper la madera, pero el yugo es de hierro.

Me doy cuenta de que el comentario de hoy es un poco oscuro, complicado, seguramente me he encerrado en mí mismo. Me basta con que hoy pidáis por mí y por esos amigos que solíamos subir a la montaña. Tal vez les deje con hambre de Eucaristía, pero ¿quién me puede impedir rezar un padrenuestro? No lo sé, le pediré consejo a la Virgen esta semana y estoy convencido que no elegiré mi comodidad.