san Pablo a los Corintios 1, 17-25; Sal 32, 1-2. 4-5. 10-11 ; san Mateo 25, 1-13

Como soy bastante despistado siempre que salgo a hacer la compra vuelvo con la mitad de las cosas que necesitaba y con un cargamento de artículos inútiles. La cosa sería distinta si fuera un poco previsor e hiciera, antes de salir, una lista. Es una tontería pero, por no tenerla en cuenta, siempre vuelvo derrotado del supermercado. Al final todo son prisas e intentar encontrar lo que faltaba en una gasolinera (lamentablemente ya no se puede pedir nada al vecindario porque, en las ciudades, son auténticos desconocidos).
Me ha venido a la cabeza esta idea mientras leía el evangelio de hoy. Aquellas vírgenes necias fueron poco previsoras.
En la tradición judía parece que era costumbre que la novia, junto con unas amigas esperaran la llegada el novio. Al aparecer este empezaba la fiesta. A nadie se le escapa que la imagen hace referencia a Jesús, el esposo y a la Iglesia. Se nos invita a esperar junto con la Iglesia el encuentro definitivo con Cristo. Si nos fijamos hay una espera comunitaria y una individual. Lo comunitario no elimina lo personal. Estamos en la Iglesia sin dejar de ser cada uno de nosotros. La lámpara, que puede significar muchas cosas, indica la caridad por la que nosotros permanecemos unidos al Cuerpo Místico. Dicha caridad puede perderse. El pecado mortal anula la gracia. Es algo terrible. Lo peor que puede pasarnos.
Cuando se consume el tiempo de cada uno y el de la historia, ya no habrá posibilidad de recuperar la gracia. De ahí la llamada a velar y estar atentos. El dormirse indica la pérdida de la tensión por el encuentro con Jesucristo. Toda la vida cristiana conlleva estar alerta custodiando la lámpara que el Señor nos ha dado. Es decir, hemos de ser fieles al bautismo. Ciertamente podemos vivir mejor esa fidelidad en la Iglesia, contando con la inestimable ayuda que esta nos presta. La sola convivencia con otros cristianos es ya una gran ayuda. Pero a pesar de esto persiste la responsabilidad personal.
El banquete final es el desposorio entre Cristo y la Iglesia pero también, de alguna manera, entre cada alma y el Señor. Las vírgenes necias, que descuidaron algo imprescindible para la vela, porque había que recibir al esposo de forma digna, esto es con las lámparas encendidas, en el fondo no se tomaban en serio el encuentro. O bien pensaron que no había de llegar aún, y se despreocuparon, o bien creyeron que no era algo tan grave. La inminencia de la llegada las hizo entrar en razón, pero ya era demasiado tarde. Lo tenían todo y sin embargo fallaron en un pequeño aspecto que se reveló imprescindible. Es obvio que la respuesta de las vírgenes prudentes, enviándolas a la tienda, cuando ya es de noche, tiene algo de ironía. En el fondo está en congruencia con la actitud de las necias. Lo que no hicieron de día ya no puede hacerse de noche. Por eso llegan tarde.
Que la Virgen María nos ayude a perseverar atentos a la venida del Señor en comunión con toda la Iglesia. Que cada día preparemos nuestras lámparas con el aceite de la caridad para que el Señor nos encuentre bien dispuestos.