an Pablo a los Corintios 1, 26-31; Sal 32, 12-13. 18-19. 20-21 ; san Mateo 25, 14-30

Ortega y Gasset, y de eso ya hace muchos años, se quejaba de que los hombres de su generación, sobretodo los jóvenes, dilapidaban la herencia que habían recibido. Eso lo hemos oído de muchas actividades. Por ejemplo se afirma de algunas empresas que las creó el abuelo, las consolidó el hijo y las hundió el nieto. En el origen de todo ello está la falta de esfuerzo, y por tanto e conciencia de lo que valen las cosas y, en fin, la total ausencia de agradecimiento. Recuerdo como mis padres, cuando no trataba bien alguna cosa, me recriminaban que no sabía lo que había costado. Cuando lo tenemos todo, y nos lo han regalado, fácilmente perdemos el sentido del valor.
En el Evangelio de hoy escuchamos una parábola muy conocida. La hemos oído tantas veces que fácilmente no prestamos atención a lo que dice. Al final ni se sabe lo que son los talentos ni entendemos por qué el señor se enfada con el criado holgazán. A última hora le devolvió el mismo talento que había recibido y aún en buen estado. No se había desgastado lo más mínimo. Así pasa que algunos entienden que la mejor forma de vivir es no hacer nada, ni bueno ni malo. Hay un personaje creado por Melvilla, Bartleby, que siempre contesta a su jefe en el trabajo: “preferiría no hacerlo”. Es enigmático porque no protesta ni se ofende. Simplemente manifiesta, cuando se le da una orden o se le encarga algo, que por él no lo haría. Con talento señala el autor de Moby Dick, que aquel hombre acabó muriendo de inanición.
Hay una actitud que es la de desear que algo no nos toque a nosotros. Nos quejamos del hijo que hemos de educar, de los feligreses que tenemos encomendados, de esta o aquella tarea y nos excusamos diciendo, “no he hecho nada mal, como lo recibí lo entrego”.
No es esa la dinámica de nuestra colaboración con Dios. Los dones recibidos implican una responsabilidad. Cuando Dios nos da algo es para que lo arriesguemos. Las gracias que Él nos da implican que nos juguemos nuestra liberta. Así se realiza el precioso binomio don de Dios y acción humana. De hecho el premio consiste en secundar la iniciativa divina. No es raro que quien recibió cinco obtuviera cinco más ni que a quien se le dieron dos doblara su capital. Porque la felicidad del hombre, simbolizada en la parábola por el rendimiento que cada uno obtiene, es proporcional al ejercicio de los dones recibidos. Podríamos decir de ellos lo que en un momento afirma san Pablo: “recibieron gracia sobre gracia”. Entendieron lo que se les había dado y obraron en consecuencia.
¡Qué distinta la actitud del mal criado! Se le regaló un talento y donde había gracia él interpretó carga. Y entonces optó por no moverse. Me recuerda a esos cristianos que todo el día lamentan las exigencias del Evangelio. Viven preocupados por no hacer nada mal pero se pierden lo más importante: la alegría que sigue al cumplimiento de la voluntad de Dios. ¡Qué mal debió pasarlo aquel hombre hasta que llegó su señor temiendo no se perdiera la moneda recibida! En cambio los otros dos, probablemente, junto al esfuerzo por el trabajo diario irían viviendo la alegría de ver como su entrega rendía.