Corintios 5, 1-8 ; Sal 5, 5-6. 7. 12 ; san Lucas 6, 6-11

Es difícil, en cristiano, ser políticamente correcto, casi podríamos decir que es imposible. A veces en el confesionario algunas personas se te ponen a discutir, como pequeños maestrillos de moral, e incluso te dicen: “Pues otra vez que me confesé con otro cura me dijo lo contrario.” Es verdad que llevo años (toda la vida), en parroquias en que no se confiesa mucho, por lo que estadísticamente la proporción subirá mucho. Me imagino que un sacerdote que confiese bastante gente a diario esto le pasará a menudo. A veces, cuando son comprensivos, les explico que me encantaría que existiesen las “rebajas eclesiásticas,” que pudiese verle irse feliz del confesionario y pensando “qué cura tan majo,” pero con su pecado a cuestas. Sería todo un éxito personal, y un completo fracaso sacerdotal. La verdadera felicidad sólo se consigue cuando se reconoce el pecado y se sabe que lo acoge la misericordia de Dios. Y aunque duela corregir (lo pasa mal el corregido, pero aun peor el que corrige), no podemos predicar la mentira.

A veces me gusta leer el Evangelio desde el punto de vista contrario. “Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenía parálisis en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo.” Para los escribas y los fariseos Jesús era un completo escándalo. No era sólo que le tuviesen manía. Jesús les rompía los esquemas de “toda la vida,” contradecía lo que socialmente era correcto, para ellos era un mal a eliminar. Pero Jesús no actúa para escandalizarles, ni para molestarles aunque sólo fuera un poquito. Jesús anuncia y vive la verdad, moleste a quien moleste. Cuando hoy el Papa, un Obispo o un sacerdote (no digamos nada si es un laico en su puesto de trabajo), habla de la inmoralidad de las relaciones prematrimoniales, de la justicia social, de los males del consumismo, del aborto o de la maldad intrínseca de la mentira (entre mil cosas más), escandaliza profundamente a los que le escuchan. No es por maldad, es por que pone en cuestión toda la estructura que mantiene su vida, su mundo, la sociedad en que vivimos. Podríamos hacer como el mal confesor y dejarlo pasar: “¡para qué hacer sufrir a la gente! “ Y dejarles vivir en su pecado. Para San pablo esto es impensable: “Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad.» La redención no es algo pasado, se puede vivir de una manera nueva, en un mundo nuevo, y aunque la gente se escandalice (y lo comprendemos perfectamente) no dejaremos de curar, sea sábado o domingo.

Es difícil corregir, pero os aseguro que cuanto más conozco (y conocen), mis miserias que son tan patentes, me voy enamorando más de Dios que me quiere a pesar de todo. No me importa pasar un mal rato para que los demás comprendan ese amor misericordioso de Dios, aunque también les duela.

Cuando veo los cuadros y estampas de nuestra madre la Virgen que abundan en mi casa y en mi parroquia, y me mira conociéndome tan bien, le pido que nunca pacte con la mentira pues entonces tal vez conseguiría un montón de amigos, pero muy poquitos hijos de Dios.