Isaías 50, 5-9a; Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9; Santiago 2, 14-18; san Marcos 8, 27-35

El lector atento de estos comentarios se habrá dado cuenta que esta semana falta una figura clave: el corrector. El sacar un rato cada día para rellenar esta hoja es a veces una misión casi imposible: suena el timbre, el teléfono, estás preparando otra cosa a la vez,… así que es fácil cometer faltas, como el otro día que escribí “cementar” en vez de “comentar,” siendo tan distintos los resultados de una acción u otra. Pero el corrector, que se lee atentamente cada comentario, corrige las faltas y pule el estilo antes de colgarlo en la web, tiene derecho a vacaciones. Espero que descanse y recupere energías.

“Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»” Pedro debió quedarse viendo visiones. Él que quería lo mejor para el maestro, es reprendido en público y con palabras tan fuertes. ¡Qué bien viene que el Señor nos reprenda de vez en cuando! A veces podemos sentirnos humillados pues nuestros pecados son conocidos, aunque quisiéramos que siempre estuviesen ocultos. Nos puede parecer que lo mejor es dar al mundo la imagen de cristianos “impecables” y guardamos nuestras miserias para el secreto de la confesión ( y tristemente, a veces, ni eso, queremos quedar bien también ante nuestro confesor o nuestro director espiritual) y cuando nos conocen como somos nos sentimos desconcertados.

Cuesta que nos entre en la cabeza que “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.” Nos puede parecer mucho mejor dar la imagen del cristiano perfecto, férreo, sin defecto ni mancha, pero existe el riesgo de que nos olvidemos de la misericordia, de que nuestra vida ya no es nuestra y que el “hombre viejo” pelea por salir a la luz.

Cuando conozcas y conozcan tus miserias, acógete a la misericordia de Dios y piensa “Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?” Entonces serás capaces de llevar sobre tus hombros, que serán los de Cristo, tus miserias y las debilidades del mundo entero. Podrás entonar el salmo de la Misa de hoy sabiendo que es una gozosa realidad, harás tuyas las palabras de San Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte.”  Puede parecer humillante que nos corrijan, pero cuando el que corrige es el Señor, entonces la fe se afianza en las obras, y las obras se llenan de fe.

La Virgen acoge en su seno nuestras debilidades y las pone junto a su Hijo, para podamos vivir, con todas nuestras flaquezas, confesando al mundo que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.