San Pablo a los Corintios 12, 31 13, 13; Sal 32, 2 3. 4-5. 12 y 22 ; san Lucas 7, 31-35

Los sociólogos deben estar encantados de la cantidad de estudios que se hacen sobre las cosas más peregrinas. Nos inundan de datos, estadísticas, diagramas y porcentajes. Ayer, fruto de una de esas encuestas, publicaba un periódico español, a modo de resumen: “Los jóvenes españoles se inician en las relaciones sexuales a edades cada vez más tempranas, el número de abortos voluntarios en menores de 19 años se ha incrementado de 5,5 casos por cada por cada 1.000 chicas en 1995 a 8,8 en 2003, y además aumentan algunas infecciones de transmisión sexual. Algo falla.” Y tanto, pero la solución no es poner a un “educador sexual” al niño desde los tres años.

“¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis.» Cuando en la sociedad actual se ha separado el sexo del amor, y el amor de la caridad, no habrá “música” que le parezca acertada. “Ambicionad los carismas mejores.” La ambición es mala cuando se refiere a tomar o poseer algo del otro, pero es buena cuando nos mueve a hacer crecer lo mejor que hay en nosotros mismos. Por eso se pueden ambicionar los carismas y no el coche del vecino. Este cántico al amor de San Pablo en la carta a los Corintios, que tantas veces se lee en las bodas, va mucho más allá del amor humano, del enamoramiento o el encaprichamiento. “Mi conocer es por ahora inmaduro, entonces podré conocer como Dios me conoce.” Para amar hay que conocer, y si el objeto o la persona es amable, cuanto más lo conoces, más lo quieres. Si yo me voy conociendo como Dios me conoce, iré comprendiendo la capacidad de amor que hay en mí y despreciaré, por viles y desdeñables, los amoríos sin sentido o los “rollitos de fin de semana,” a los que se apuntan otros. Si comprendo la capacidad de amar que hay en el otro, no le ofreceré un amor vacuo y chato, procuraré darle todo lo que pueda. Y si comprendieran los dos el amor que Dios les tiene no se conformarían con dar lo que puedan, ambicionarían darse completamente, sin guardarse nada. Y si ese amor lo dirijo a cada persona de la humanidad se convierte en caridad, que no juzga por las apariencias: “Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores.»

Habría que seguir profundizando en la última encíclica del Papa (“Dios es amor”), para ambicionar hacerla vida en nuestra vida, que no sea sólo un papel escrito. El problema de lo que llaman “educación sexual” es que no enseña a entregarse, sino a guardarse, con miedo a un embarazo o a una enfermedad. Entonces el amor se convierte en egoísmo, la caridad en auto-complaciente filantropía y todo se reduce a las apariencias.

Vivir la castidad, según el modo de vida propio de cada uno, no achica los horizontes, sino que abre el corazón para amar más y mejor. Por eso María, la siempre Virgen, nos puede albergar a todos en su corazón. “En una palabra: quedan la fe, la esperanza y el amor: estas tres. La más grande es el amor.”