Efesios 4, 1-7. 11-13; Sal 18, 2-3. 4-5 ; san Mateo 9, 9-13

Acabo de llegar de ver el piso que se han comprado unos amigos. Es una casa de segunda mano, que necesita alguna reforma y, por supuesto, todos los muebles. Al menos ya tienen techo y pueden pensar en casarse. La conversación, como siempre en estos casos, acabó derivando sobre el precio de los pisos, de las reformas, de las cosas. Gracias a Dios son sensatos y piensan hacerlo poco a poco, aunque tienen que apretarse el cinturón para ir ahorrando. La verdad: “Poderoso caballero es Don Dinero,” que a veces consigue que gran parte de nuestra vida gire en torno a él.

“En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.» Él se levantó y lo siguió.” Hoy es la fiesta de San Mateo. Tal vez sea el santo al que tenemos que recurrir cuando sintamos que nos estamos volviendo unos consumistas o unos vividores. Juan, Pedro, Santiago, …, cuando los llamó el Señor estaban llenándose las manos de callos remendando las redes, escucharon al Señor y lo siguieron. Mateo, estaba viendo el dinerito que tenía encima de la mesa, calculando sus ganancias, pensando en qué gastárselo para su comodidad. Era un pequeño burgués, que pasaba por encima de sus convicciones religiosas y de lo que los demás pensasen de él. Mientras tuviese su dinerito tendría amigos con los que gastárselo y disfrutaría de la vida, mientras los demás eran unos “pringadillos.”

Pero “Él se levantó y lo siguió.” Cuando de verdad te encuentras con Cristo te das cuenta que el dinero, las cosas –por muy preciosas que sean-, tienen muy poquito valor. Banqueteando en su casa, queriendo seguramente quedar bien con Jesús, derrocharía y se excedería, y tal vez esperaba que se le agasajara. Lo que escucha de Jesús es, aunque sea dirigido a otros: “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.” Y Mateo se daría cuenta de que era un pecador, que sus riquezas no valían nada y que su prestigio era postizo. Por eso le siguió ese día y otro, y otro, hasta el final de su vida.

“A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.” Eso es lo único que tiene valor. En la Iglesia no vale más el que más tiene, sino el que es más santo, que siendo rico o pobre, sigue más de cerca de Cristo y aprovecha mejor las Gracias del Espíritu Santo.

Si algún día te sientes atado por el dinero (y el dinero suele atar a los que tienen de sobra y quieren más, no a los que cada día consiguen con su trabajo lo necesario), o te sientes agobiado, no tienes más que hacer como Mateo. Mira tus “riquezas” encima de la mesa y mira a Cristo en la Misa. Si eres un poco honrado no tardarás en descubrir lo rico que eres, aunque no tengas nada.

¿Qué dejó en herencia la Virgen? A su hijo, al Hijo de Dios en la cruz y gloriosamente resucitado. Esa es toda la riqueza que podemos anhelar. Podríamos cambiar la frase de antes y decir: “Poderoso caballero, es en quien yo creo.”