Corintios 15, 35-37. 42-49; Sal 55, 10. 11-12. 13-14 ; san Lucas 8, 4-15

Este sábado celebramos la fiesta del Padre Pío. Echando una mirada superficial a su vida nos pueden extrañar sus estigmas, bilocaciones, conocimiento del interior de las almas,… cosas espectaculares, pero que no son lo que fundamenta la santidad del Padre Pío. Cuando te acercas algo más a su vida descubres una vida de sufrimiento y de fidelidad. Lo pasó muy mal, podría decir con Santa Teresa de Ávila a Jesús: “Si tratas así a tus amigos,… comprendo que tengas tan pocos.” Pero al Padre Pío las dificultades, los enemigos y las calumnias, de dentro y fuera de la Iglesia, no son motivo para dejar de perseverar en la fidelidad a la Iglesia y al Señor. Como leeremos los sacerdotes en el oficio de lecturas de hoy: “El alma, si quiere reinar con Cristo en la gloria eterna, ha de ser pulida con golpes de martillo y cincel, que el Artífice divino usa para preparar las piedras, es decir, las almas elegidas. ¿Cuáles son estos golpes de martillo y cincel? Hermana mía, las oscuridades, los miedos, las tentaciones, las tristezas del espíritu y los miedos espirituales, que tienen un cierto olor a enfermedad, y las molestias del cuerpo.”

“Los de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando.” Esa es la semilla que nos importa, la que persevera en el seno de la tierra y, tras pudrirse, da fruto. Es cierto que nos podríamos entretenernos en las semillas que caen al lado del camino, las que caen entre piedras o entre zarzas, pero las únicas que nos importan son las que dan fruto. Al Señor no podremos decirle, cuando lleguemos a su presencia: “Es que las circunstancias, el ambiente, mis amigos,…” El Señor se preparó con nuestro bautismo una buena tierra en la que diese fruto su palabra, lo nuestro es perseverar en acogerla y no convertirnos en un pedregal.

“El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.” Somos hombres terrenos, pero una tierra regada con la sangre de Cristo, alimentada con su Palabra y con su cuerpo. ¡Podemos dar fruto! ¡El Señor puede dar fruto en nosotros! Si perseveramos. Puede parecer difícil, pero el estiércol (las dificultades que los demás nos pongan o que nosotros mismos nos busquemos), ayudan a crecer a las semillas.

El padre Pío era un enamorado ferviente de la Virgen María. Decía a los que le escuchaban: “Rezad, rezad y sonreír.” A pesar de los martillazos que Dios nos dé no podemos perder la alegría, pues estamos acompañados por nuestra madre del cielo, y con ella no cabe lugar para las penas. Perseveremos y el Señor dará su fruto.