3/1/2007, Miércoles- 2ª semana de Navidad
san Juan 2,29-3,6; Sal 97, 1-2ab. 3cd-4. 5-6; san Juan 1, 29-34
 “EL CORDERO DE DIOS”
“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”… Es, de nuevo, Juan Bautista quien señala al Niño que estos dÃas veneramos en Belén. No debes apartar tu vista del pesebre, porque en él se hallan encerrados todos los secretos del Amor de Dios. Conforme le contemplas, deja que estas frases que te regala la liturgia suenen una y otra vez, hasta inundar con su eco tu alma e iluminar la imagen del Niño. De fondo, las palabras del discÃpulo amado: “Mirad (¡Mirad!) qué Amor nos ha tenido el Padre…” “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. El Niño es VÃctima, Hostia; el pesebre altar; los pañales, corporales. Los brazos de MarÃa ya ofrecen al Padre su Tesoro para que nuestros pecados sean perdonados.
 El sacrificio de un cordero, al que los judÃos estaban acostumbrados desde siglos, es un sacrificio conmovedor. El cordero es joven, y grita inocencia con sus ojos mientras el cuchillo se acerca a su cuello; es manso, y apenas abre la boca mientras es conducido a la muerte; es blanco como la nieve, y el rojo de la sangre que le tiñe de púrpura al ser degollado parece estar clamando al Cielo… SÃ, ya sé que es un cuadro cruel, pero, recuerda… Entre Belén y el Calvario hay una misteriosa asociación.
 Nuestros pecados ya se arremolinan en torno al pesebre; el Niño ha impedido a los ángeles cortarles el paso. Y pocos saben que el llanto de este Recién Nacido no es un llanto como los demás; que llora desde muy lejos, y su llanto, cristalino y rojo, llega muy arriba.
 La imagen es triste, y podrás juzgar disparate lo que ahora te digo, pero creo firmemente que en esta escena se halla el centro de nuestra enorme alegrÃa. Más grande que nuestros pecados se manifiesta hoy el Amor de Dios, quien no ha dudado en entregarnos a su propio Hijo como VÃctima reparadora. Es un Amor muy grande, incomprensible; Dios es muy muy bueno… Nos dio su Tesoro, a su propio Hijo, sabiendo que lo romperÃamos; pero aún asà nos lo dio para que, roto, fuese el sacrificio que limpiase nuestras culpas. Es muy bueno…
 Mientras tanto, el Niño sonrÃe. No; no es que no sepa nada de lo que está pasando. Lo sabe todo, pero sonrÃe; sonrÃe porque nos ama, y ve llegado el momento de nuestra redención. Y sonrÃe, sonrÃe también la Madre mientras asoma una lágrima a sus ojos, y sonrÃe el bueno de José, porque la alegrÃa de ambos no es la risa tonta del ingenuo, sino el gozo profundo de un Amor muy grande. Y sonrÃo yo, y quiero que sonrÃas tú también, porque – créeme -, nunca, ¡Nunca! has sido más amado.