9/1/2007, Martes de la 1ª semana de Tiempo Ordinario
Hebreos 2, 5-12; Sal 8, 2a y 5. 6-7. 8-9; san Marcos 1, 21-28

Algunos lunes por la mañana me “escapo” de mi parroquia y me voy a otra a estar un par de horas frente al sagrario. No es que no le tenga cariño a la capilla de la parroquia, pero esto es como quien intenta estudiar en casa y se tiene que ir a la biblioteca para que no le moleste la televisión, la nevera, el teléfono, …  El otro lunes había Misa en la parroquia que entré. El sacerdote, un religioso mayor y sin duda buenísimo, tenía voz de aburrido (que se le va a hacer), y además hacía bastante poco caso de las rúbricas de la liturgia. Los brazos siempre encima del altar, las fórmulas más cortas que las minifaldas y todo lo que se pudiese unir en una frase, se unía. Como había ido a rezar, recé por él y por toda esa parroquia, aunque también se me iba la cabeza pensando por qué, si la Iglesia nos pide simplemente que seamos fieles a lo que nos pide el Misal, por qué nos cuesta tanto a veces a los sacerdotes. A veces hacemos de la Misa “una chapuza” y si no fuese porque a pesar de nuestra indignidad y, a veces, indiferencia, Jesús se hace presente en el altar, nos mereceríamos el volver otra vez al seminario.

“¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.” Esta primera pregunta de un espíritu inmundo a Jesús nos puede ayudar a reflexionar en el día de hoy. Demasiadas veces pensamos en lo que queremos de Dios. Le pedimos cosas, le rogamos, le exhortamos. Pero pocas veces nos preguntamos qué quiere Él de nosotros. El espíritu inmundo es de esos demonios que dice San Pablo que  “creen y tiemblan.” Se acercan a Dios con miedo, con temor, pero tienen bien presente el poder de Dios. Es Dios quien manda. Nosotros en ocasiones nos acercamos a Dios como si se tratase de un funcionario a nuestro servicio, exigiéndole, mandándole y reclamando cosas. Parece que es Él el que nos decepciona, el que nos ha fallado o nos defrauda. Y sin embargo tendríamos que acercarnos a Él como el espíritu inmundo, excepto por el miedo. “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?” y hacer lo que Él quiera. ¿Que quiere que vivamos en pobreza? Seamos pobres. ¿Qué quiere que sintamos la debilidad de la enfermedad? Seamos buenos enfermos. ¿Qué quiere que matemos nuestro orgullo sintiendo el desprecio de los otros? Seamos humildes.

Los grandes santos se han puesto siempre en manos de Dios. Han tenido bien claras esas palabras del salmo 8: “¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que mires por él?”. Y, al contrario que el espíritu inmundo sabemos que no ha venido a acabar con nosotros, sino para que sepamos que somos queridos de Dios, amados por Él hasta entregarnos a su único Hijo y que “no se avergüenza de llamarnos hermanos.” Por eso, al comienzo de este año, tenemos que renovar nuestra pregunta “¿Qué quieres de nosotros, Jesús? Y estar dispuesto a responder que sí a esas palabras que tienen la autoridad de aquel que nos a amado primero.

No es tan difícil seguir las rúbricas del libro de la vida. A veces querremos acortar, atajar e incluso mejorar lo que Dios quiere de nosotros, pero acabaríamos con una vida gris, vacía, aburrida. Deja que sea la Virgen quien te enseñe a “celebrar” la vida diciendo al Señor que se haga y se cumpla en ti su bendita voluntad.