18/1/2007, Jueves de la 2ª semana de Tiempo Ordinario
Hebreos 7, 25-8, 6; Sal 39, 7-8a. 8b-9. 10. 17; san Marcos 3, 7-12

A pesar de mi conocida preferencia y afición a los ordenadores Mac, he tenido que comprar un PC, especialmente para usar algunos programas a los que el ministerio de Hacienda me obliga. Una vez que ya está en marcha y, siendo completamente sincero, me quedo con Mac. En el PC no venía ningún programa (así era más barato), y una vez que instalé el sistema operativo tuve que instalar siete programas más de terceras partes para que funcionase el modem, la tarjeta gráfica, la tarjeta de sonido y la tarjeta de visita de la suegra de Bill Gates. De momento sé que la unidad de DVD funciona, pues he tenido que meter y sacar más discos que Julio Iglesias de sus estantes en una mudanza. Además, estos días, como tantos de vosotros, estoy griposo, con esa poca fiebre que no es para dejar de trabajar, pero que te deja el cuerpo y la cabeza como si hubieras asistido a una conferencia de Sylvester Stallone, y cada vez que veía un “globito” dando un aviso me acordaba del PC y todos sus familiares. Ya funciona, pero cuando acabe este comentario (en mi Mac), me dedicaré a ordenar todos los Cds de terceras partes que hacen un hermoso montón al lado del PC.

“Esto es lo principal de toda la exposición: Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre.” Con Dios no hay que recurrir a terceras partes. Tenemos a Cristo, Sumo Sacerdote, y su cuerpo que es la Iglesia. Conozco a bastantes que recurren a terceras partes, pero que difícil –por no decir imposible-, es conocer a Cristo sin la Iglesia. A algunos les da por las cosas esotéricas, a otros por ideologías políticas, a otros por su propio instinto o por su falta de olfato, e intentan así crear un nuevo dios, pero que se queda en una caricatura pobre de Cristo.

¿Y cual es el acceso directo para acercarse a Jesús? Pues acercarse a la Iglesia, acudir a las fuentes, llegarse hasta el Sagrario y de allí, en unos pasos, hasta el confesionario. Comprendo que los católicos podamos parecer pretenciosos a los ojos de muchos. Confesamos en nuestra fe que cuando se consagra en la Santa Misa, en el altar, bajo las formas de pan y el vino, está el mismo Jesús. ¡Incluso hacemos una genuflexión al pasar delante del Sagrario o en la Misa! (aunque algunos pasen mirando a las Batuecas). El Obispo y el Papa (los “jefes” para el mundo civil), se descubren la cabeza ante el Santísimo, en señal de obediencia. También confesamos que cuando un sacerdote da la absolución es el mismo Jesús el que perdona y decimos: “Yo te absuelvo de tus pecados …” Podríamos decir “creo que Dios te ha perdonado” “rezaré por tu salvación,” pero no, hablamos en nombre de Cristo. No hay terceras partes, aunque puedan parecer más baratas o fáciles de encontrar. Los sacerdotes tendríamos que vivir con el miedo de que nos “estruje el gentío,” llegar hasta el Sagrario o hasta el confesionario debería ser una aventura digna de Indiana Jones, tan difícil fuese abrirse paso.

Pero parece que nos quedamos con el PC, a fin de cuentas la inversión inicial es menor, pero los “espíritus inmundos” no reconocerán en las terceras partes al “Hijo de Dios.” Tal vez Hacienda, la economía, o mi sensualidad, o mi fragilidad, o mi tacañería o mi estupidez me “exija” que me quede con un PC, con una fe tibia, con un dios con minúsculas, pero no estoy dispuesto a ceder a esas exigencias a costa de jugarme mi felicidad y mi eternidad.

Santa María no usó intermediarios, y lo sabía. ¿Cómo no nos va a enseñar ella a reconocer a su Hijo y a hablar con Él?. Pidámoselo hoy.

(Por cierto, me quedo con mi Mac).