19/1/2007, Viernes de la 2ª semana de Tiempo Ordinario
Hebreos 8, 6-13; Sal 84, 8 y 10. 11-12. 13-14; san Marcos 3, 13-19

Cada vez que se acercan las elecciones, se decide votar una ley importante o hay un debate de interés entre los políticos, se saca a relucir el tema de las alianzas. Más que alianzas, yo lo llamaría el mercadeo. Una alianza entre políticos significa que yo te apoyo si tú me apoyas, que te doy si me das, que te aplaudo si me miras. Para hacer alianzas hay que acercar posturas, llegar a consensos, ceder en algunas cosas para ganar apoyos y, sobre todo, estar dispuesto a mentir como un descosido. Por eso, esas alianzas se rompen rápido, y si te he visto no me acuerdo.

“Así será la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos días -oráculo del Señor-: Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.” La Alianza de Dios no es como la de los hombres. Con Dios no tenemos nada que negociar, no tenemos nada que ofrecerle y dependemos exclusivamente de su libérrima voluntad. Pero Él ha querido hacer una alianza nueva con los hombres, ampliando la antigua, para que le conozcamos y sepamos que nos ama. Dios se ha aliado con los hombres para que descubramos que nos ama, y que ese amor no pasará nunca. Nosotros podemos cerrar nuestro corazón al Señor, echar diecisiete cerrojos y renegar de Dios, pero Él no reniega de nosotros. Así es la Alianza de Dios, única e irreversible. Cuando Jesús llama a los doce llamó “ a los que él quiso” y nunca dejó de quererlos. A Judas le hubiera sido mucho más “fácil” entregar a Jesús si este le llega a odiar, despreciar o ningunear, pero hasta en el momento de la traición le mira a los ojos, le llama por su nombre y le acepta el beso. También a nosotros nos sería mucho más fácil justificarnos por nuestros pecados si pudiéramos achacarle algo de culpa a Dios, pero siendo sinceros toda la culpa es siempre nuestra, el Señor sigue a nuestro lado invitándonos a acercarnos a su misericordia en la confesión, aunque nos de cierta rabia.

Estamos en el Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos. Algunos confunden el ecumenismo con hacer una nueva alianza con Dios, una especie de pastiche de todo lo anterior, para que todos podamos entendernos. A esos habría que decirles, con mucho cariño, ¡No seas ególatra!. Nosotros no hacemos los términos de la alianza de Dios con los hombres, ya la hubiéramos roto unas miles de veces en estos siglos. No se trata de un consenso de los hombres entre sí, se trata de conocer la nueva alianza de Dios con los hombres y ser fiel a ella. Sin duda el misterio del mal y del pecado en el mundo, el “mysterium iniquitatis” (me encanta esa expresión), ha dejado huellas en la Iglesia católica y en todas las demás iglesias, eso habrá que hacerlo desaparecer, pero no habrá que renegar de la alianza de Dios. Se trata de buscar y encontrar, no de construir algo nuevo y participativo. El que busca con sincero corazón encontrará. El ecumenismo consiste en caminar con Jesús, no en decir con quién va Jesús y con quien no.

Nuestra Madre la Virgen es la puerta de la nueva Alianza. Ella la conoce de primera mano y no se dedica a hacerle correcciones, simplemente deja que Dios haga en ella lo que crea. Demos gracias a Dios por la alianza que hace con nosotros y pidámosle la gracia de la fidelidad a esa alianza.