20/1/2007, Sábado de la 2ª semana de Tiempo Ordinario
Hebreos 9, 2-3. 11-14; Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9; San Marcos 3, 20-21

Parece que hay una nueva clase de “ocupas” (me niego a escribirlo con k). Los de ahora no se dedican a invadir fábricas o edificios abandonados, ahora en cuanto te vas de vacaciones entran, cambian la cerradura y se instalan, incluso llegan a alquilar el piso a unos terceros. Eso es vivir de las rentas (de los demás). Si el hecho ya es triste de por sí, encima la policía dice que no puede hacer nada, ni tan siquiera prestarte una colchoneta para dormir en el descansillo. Tal vez esto favorezca el que las familias se lleven a casa a la suegra y la dejen en el salón con una buena escopeta (al menos el tiempo estival y algún fin de semana).

“En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.” El Evangelio de hoy es tan cortito que podemos transcribirlo entero. Así se queda Jesús que no “tiene un sitio ni donde reclinar la cabeza.” Jesús va a su casa y hace lo que quiere, pero eso escandaliza, le toman por loco. A lo mejor alguno de esos familiares –que habrían acogido a la Virgen al quedarse viuda-, pensaban quedarse con la casa y el taller que el heredero de José parecía no apreciar y veían peligrar su herencia. Si convertía su casa, que ya habrían adjudicado a algún otro heredero, y la convertía en un ambulatorio, se frustrarían sus planes. Imagino que la Virgen defendería los derechos de su hijo, así se tuvo que ir a la casa de Juan cuando fuimos liberados en la cruz. Así que, imaginando, podríamos decir que Jesús también fue victima de los ocupas, aunque fueran sus parientes.

“Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado.” La casa de Cristo está a la derecha del Padre, pero también ha querido hacer su casa en nuestra alma, y la ha comprado a gran precio. En nuestra vida podemos dejar entrar a Jesús, tiene todo los derechos, pero también podemos abrir la puerta a una serie de “ocupas,” tan cercanos a nosotros que parecen de nuestra familia: nuestras pasiones, vanidades, pecados y debilidades y que ellos expulsen a Jesús o lo tomen por loco y lo encierren en el psiquiátrico.

Los santos son los que han comprendido que son de Dios, y de nadie más. Han expulsado de su vida todo aquello que quería hacerse fuerte en su alma. Han expulsado hasta el carácter o la soberbia, que parecen siempre tan instalados en nosotros. A veces nos pueden hacer creer que Jesús es el extraño, el que invade “mi” libertad. Entonces el santo sería una especie de poseso, de loco, de persona falta de carácter y fácilmente manipulable. Recordando a San Agustín tenemos que decir: “nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.” El “ocupa” en el hombre es el pecado. Como se decía clásicamente “el mundo, el demonio y la carne” son los tres enemigos del alma, los tres ocupas que lo único que quieren es aprovecharse de nuestra vida y, seguramente, alquilárselo a otros (la tibieza, la doble vida, la mentira o la avaricia), pues su único objetivo es expulsar a Cristo de nuestra vida.

No podemos dejar a Cristo sin casa, también nosotros nos quedaríamos en la calle. Tenemos que expulsar de nuestra conciencia a las “obras muertas,” darle una buena limpieza, dejarla acogedora y que Cristo viva como Rey y Señor de nuestra alma.

Juan acogió a María en su casa. Ábrele a ella también las puertas (aunque tengas que forzar siete cerrojos), y ella preparará tu alma para que Cristo pueda descansar (o hacer lo que quiera) en ella.