Comentario Pastoral
CELEBRAR Y VIVIR LA PALABRA

Para el creyente la Palabra de Dios no es mera letra impresa en la Biblia, sino que es historia, vida y verdad. La Biblia es Palabra de Dios no porque la sugiere o evoca, sino porque la expresa, la significa eficazmente, la hace patente. Por medio de la Biblia la Iglesia se manifiesta como comunidad de la Palabra y, a la vez, patentiza que la Palabra que proclama no es algo propio, sino algo que le ha comunicado gratuitamente Dios. Celebrar la Palabra en el culto litúrgico es revelar los planes ocultos de Dios, para suscitar una fe más profunda. La Palabra de Dios es valorada en la liturgia como un acontecimiento. No se celebran ideas sino hechos. Se celebra precisamente la presencia de Dios en la asamblea por la comunicación de su Palabra. Se festeja el hecho de que Dios hable a su pueblo. La celebración de la Palabra supone una sintonía previa: los que participan en la fiesta litúrgica saben qué es lo que va a pasar y precisamente por esto y para esto se reúnen. Más aún, organizan la liturgia para que el hecho se produzca. La Palabra no es anuncio de algo desconocido, sino repetición deliberada de un hecho esperado. La Palabra de Dios cuanto más conocida más se gusta de ella, más dice, mejor se celebra. Porque «celebrarla» supone poseerla y ser poseído por ella. La lectura bíblica llega a ser Palabra de Dios cuando se acoge, convierte, recrea y comunica vida.

Andrés Pardo


Para orar con la liturgia

«En la Sinagoga estaba establecido el pasaje que debía leerse. Pero, sea cual sea el pasaje, hoy está escrito para mí. Tanto si escucho la Escritura en la asamblea de los fieles, como si la escucho en privado, si Tu (Señor) lees por mí, siempre habrá un texto que me dirá algo en la situación en que me encuentro. Y si mi corazón está lleno de ti, descubriré inmediatamente la palabra que me puede dar el empuje y la ayuda que necesito» (Un monje de la Iglesia Oriental).



Palabra de Dios:

Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10

Sal 18, 8. 9. 10. 15

Corintios 12, 12-30

San Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Comprender la Palabra

Comenzamos este Domingo, 3° del Tiempo Ordinario del Año Cristiano, la lectura semicontínua del Evangelio según San Lucas, siguiendo el orden de capítulos, del que se lee este año preferentemente (ciclo C).
Comienza la lectura a partir del Capitulo 4° (los capítulos anteriores se refieren a episodios de la Infancia de Jesús y anteriores a su Nacimiento).
Pero al Relato Evangélico, que hoy escuchamos, se le antepone el Prólogo. Sólo San Lucas pone prólogo a sus dos Escritos: el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles, concebidos como lª y 2ª Partes de una misma obra. En el Prólogo informa que otros antes que él han recopilado también hechos y enseñanzas de Jesús. «Yo también – nos dice el Evangelista – …he resuelto escribírtelos por su orden… «. Entiéndase el orden, por el que San Lucas opta, diferente del de Marcos o Mateo… Efectivamente cada uno de los Evangelistas tiene su plan, su ordenamiento, en la redacción de su Escrito.
Deliberadamente San Lucas anticipa al comienzo del Ministerio Mesiánico de Jesús su Visita a Nazaret, que sin duda tuvo lugar largo tiempo después. ¿Por qué?
El momento culminante del Relato es la lectura, que Jesús hace, del fragmento del Libro de Isaías, y el comentario, que hace a continuación: «Hoy se cumple esta Escritura, que acabáis de oír». Considera el Evangelista que las palabras proféticas de Isaías son el Programa, que Jesús va realizando durante su Ministerio Mesiánico. Lo iremos verificando según vayamos avanzando en la lectura del Evangelio según San Lucas.
La Lectura Bíblica y su Homilía tuvo lugar en la Sinagoga de Nazaret. Pretende San Lucas hacernos ver que aquella Asamblea fue memorable; era la Celebración del Sábado y consistía en lecturas bíblicas – del Libro de la Ley y de los Escritos de los Profetas – en Oraciones y la Bendición final. Oportunamente escuchamos en la 1ª Lectura la Solemne Celebración de la Palabra de Dios de los recién llegados del cautiverio de Babilonia, en una plaza, en Jerusalén (el Templo estaba destruido). También aquella celebración solemne fue memorable y programática en la nueva Etapa Histórica, que comenzaba.

Avelino Cayón


sugerencias litúrgicas

El altar


«El altar, en el que se hace presente el sacrificio de ]a cruz bajo los signos sacramentales, es la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la Misa el pueblo de Dios; es también el centro de la acción de gracias que se realiza en la Eucaristía» (OGMR 296).
Jesús y los Apóstoles frecuentaron el templo, pero se abstuvieron de ofrecer sacrificios. Para ellos, lo verdaderamente importante era el culto «en espíritu y verdad» (ln 4,24), es decir, el culto que abarca toda la existencia del hombre. Por otra parte, los Apóstoles, siguiendo el mandato de Jesús, sustituyeron los sacrificios cruentos del Templo de Jerusalén por el incruento de la Misa, que se ofrece cada día en incontables altares de la tierra.
Como Jesús celebró la última cena en una mesa de madera, los primeros cristianos usaron también al principio mesas de madera para la celebración eucarística. Eran movibles, es decir, se colocaban para la celebración y se retiraban cuando ésta terminaba. Al construirse edificios para el culto, se fue reservando una «mensa Domini», que adquirió carácter de altar como símbolo de Cristo, el Único que en sentido estricto es nuestro Altar, nuestra Víctima y nuestro Sacerdote. Desde la época constantiana se propagó el altar «fijo» en el suelo y de materiales sólidos, generalmente de piedra, aunque en algunas basílicas era de materiales preciosos. A partir del siglo VI fueron desapareciendo poco a poco los altares de madera. «

celebrar mejor


La conversión de San Pablo – 25 de Enero

Pablo nace en Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia. Es romano por nacimiento, judío de raza y religión, fariseo celoso con sólida formación en la escuela del gran maestro Gamaliel, e irreprochable según la justicia de la Ley. En su juventud asiste y forma parte en el martirio de Esteban, transformándose en un violento perseguidor de los cristianos.
Su conversión a las puertas de la ciudad de Damasco es un caso singular, y su caída del caballo ha pasado a ser un símbolo de toda conversión; al ser derribado de su prepotencia y de su agresiva intolerancia empieza a escuchar la verdadera voz de Dios: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? … ¿ Quién eres, Señor?… ¿ Yo soy Jesús, a quien tú persigues?»,
El perseguidor Saulo se siente desarmado y vencido por aquel contra quien respiraba violencia y deseos de muerte. Pero desde ese momento ha nacido un hombre nuevo. El fuego del Espíritu arde en su corazón y le abrasa las entrañas, se entrega por entero a predicar el nuevo evangelio a todos los hombres, preferentemente a los que viven fuera de las fronteras de Israel. En largos viajes apostólicos, visita ciudades y crea comunidades cristianas en medio de la sociedad pagana de su época, dejando discípulos fieles al frente de ellas y manteniendo una amplia y fecunda correspondencia epistolar. Sus catorce cartas son las más leídas de todos los tiempos.


J. L. O.

Para la Semana

Lunes 3:
San Vicente (+ 304), diácono zaragozano, martirizado en Valencia.

Hebreos 9,15.24-28. Se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados. La segunda aparecerá a los que lo esperan.

Marcos 3,22-30. Satanás está perdido.


Martes 3:
San Ildefonso (606-667), arzobispo de Toledo, defensor de la virginidad de María.



Hebreos 10,1-1O. Aquí estoy, «oh Dios», para hacer tu voluntad.

Marcos 3,31-35. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.

Miércoles 3:
San Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra, modelo de todas las virtudes.

Hebreos 10,11.18. Ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

Marcos 4,1-20. Salió el sembrador a sembrar.


Jueves 3:
La Conversión de San Pablo. Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo.

Hechos 22,3-16. Levántate, recibe el bautismo que, por la invocación del nombre de Jesús, lavará sus pecados.

O bien: Hechos 9,1-22. Te dirán lo que tienes que hacer.

Marcos 16,15.18. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.

Viernes 3:
San Timoteo, obispo de Efeso, y San Tito, obispo de Creta, discípulos de San Pablo.

2 Timoteo 1,1-8. Refrescando la memoria de tu fe sincera.

O bien: Tito 1,1-5. Tito, verdadero hijo mío en la fe que compartimos.

Marcos 4,26-34. Echa simiente, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo.

Sábado 3:
Santa Ángela de Mérici (1474-1540), virgen, terciaria franciscana, fundadora de las Ursulinas para atender a las niñas huérfanas.

Hebreos 11,1-2.8-19. Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.

Marcos 4,35-41. ¿Quién es éste’? Hasta el viento y las aguas le obedecen