23/1/2007, Martes de la 3ª semana de Tiempo Ordinario.
Hebreos 10, 1-10; Sal 39, 2 y 4ab. 7-8a. 10. 11 ; san Marcos 3, 31-35

Escuchamos hoy un texto difícil del evangelio. Aparentemente Jesús marca distancia respecto de sus familiares. La que más sorprende es la que vemos respecto de su madre, de María. De hecho hay una gran sintonía entre esta escena y la actitud de Jesús cuando se pierde en el Templo, o la que, ya en su vida pública, mostrará cuando el primer milagro en Caná de Galilea. También, en otra ocasión, una mujer del pueblo elogiará a la Madre del Señor y Jesús aprovechará, una vez más, para marcar distancias.

Quizás detrás de todo eso se esconde una gran lección. Jesús nos enseña a mirar más allá de la humanidad. No quiere que nos fijemos sólo en María como mujer, que lo es, y estupenda. Quiere que entremos en la mirada sobrenatural de las cosas. A mí me ayuda mucho el pensar así. María no es una mujer cualquiera, sino que fue predestinada desde toda la eternidad para dar a luz en la carne, al Verbo eterno de Dios. Para ello fue dotada con unas cualidades singulares. En nadie, como ella, resplandece la acción de la gracia divina. Es inmaculada y llena de gracia, tan unida a su Hijo, que ahora lo acompaña, en cuerpo y alma, en el cielo. Es del todo singular.

Pero, si nos fijamos bien, la mirada que Jesús nos enseña a tener sobre ella es la misma que María tiene de sí misma. Basta recodar el Magníficat para darse cuenta. En él expresa la Madre de Dios su pequeñez y, al mismo tiempo, reconoce que el Señor hizo maravillas en ella. Ella quiere ser alabanza de Dios. No quiere retener nada para sí misma. Su más íntimo deseo es que, mirándola a ella, elevemos nuestro corazón a Dios. Se sabe criatura del Señor y quiere que los bienes que se le han dado redunden en ien de todos los hombres. Está en plena continuidad con la condescendencia divina. Es una criatura que se sabe amada y le interesa sobre todo el origen de ese amor.

Jesús nos invita a mirar lo sobrenatural que hay en María. Y, en concreto, nos lleva a fijarnos en su fe, que se manifiesta en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Jesús, de Él mismo, nos ha dicho que su alimento es cumplir la voluntad del Padre. Y María responde al ángel con aquellas conocidas palabras: “hágase en mí según tu palabra”.

No debemos mirar a María diciendo: qué suerte es la Madre del Señor y además tiene esta y aquellas cualidades, pero quedándonos sólo en lo humano, sino que hemos de contemplarla en cuanto criatura elegida por Dios que ocupa un lugar muy importante en la historia de la salvación y, al mismo tiempo, nos indica un camino: cumplir la voluntad del Padre, como hace ella, como también vemos en Jesucristo.

Jesús nos hace hermanos suyos por la gracia. Es el don de la filiación divina. Por él somos capacitados para secundar en todo la voluntad de Dios. Que la Virgen interceda por nosotros para que siempre antepongamos el deseo de Dios al nuestro.