26/1/2007, Viernes de la 3ª semana de Tiempo Ordinario. San Timoteo y San Tito
san Pablo a Timoteo 1, 1-8; Sal 95, 1-2ª. 2b-3, 7-8a.10; san Marcos 4,26-34

Después de recordar a san Pablo, la liturgia de la Iglesia hace memoria de dos discípulos suyos: Timoteo y Tito. El primero presidió la Iglesia de Éfeso y el segundo la de Creta. Habían sido colaboradores del Apóstol, y este los nombró obispos. Era tan grande la relación entre ellos que san Pablo les dirigió algunas cartas. De ellas algunas han pasado a formar parte del canon, esto es, son inspiradas. Este hecho es hermoso por sí mismo. Pablo escribió a sus discípulos unos textos que son normativos para toda la Iglesia, ya que fueron inspirados por el Espíritu Santo.

La experiencia nos indica que, a veces, no somos cuidadosos con nuestro lenguaje. La prisa nos hace decir lo que no querríamos y las palabras salen sin haber sido pensadas con calma. Eso da lugar a malentendidos, incluso a faltas contra la caridad. Al ponernos delante de estos textos de san Pablo nos damos cuenta de lo importante que es hablar reflexivamente, pero aún más, de lo conveniente que es no abrir la boca sin antes habernos puesto delante del Señor. San Pablo se comporta de esta manera. Concretamente, dirigiéndose a Timoteo, escribe: “tengo siempre presente tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día”.

Y, además, en todas sus cartas lo primero que Pablo desea a sus destinatarios es la gracia y la paz de Dios. Esta es otra gran lección para todos nosotros. Después podemos decir muchas cosas a los demás, pero lo primero es desear que vivan en gracia, que disfruten de la amistad con Jesucristo y que puedan gozar de su amor y su paz.

Este hecho nos indica también que el amor de Pablo por sus discípulos estaba bien ordenado. Así ha de ser en la Iglesia. Se ve en sus cartas. Quería a Timoteo y a Tito y, por eso, los quería santos. Y además su amor estaba mediado por el servicio a la Iglesia. No podía separarse de ella.

Hace poco Benedicto XVI dijo que la Iglesia consistía en una amistad con Jesucristo y entre nosotros. Los santos que hoy recordamos nos indican ese camino. No se niega nada de la realidad humana, sino que se mira todo sobrenaturalizándolo. De ahí que nosotros detectemos ese verdadero afecto que se tenían entre ellos y nos sorprendamos de que su único móvil sea sobrenatural. ¡Qué bonito sería que nuestras amistades también fueran así! Podemos decir que san Pablo ayudaba a Timoteo y a Tito a ser santos. Por eso la liturgia pone la fiesta de ellos después de la de su maestro.

Entre las enseñanzas que dirige a sus discípulos hay una que se recuerda a menudo. Dice el Apóstol: “te recuerdo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos”. Son palabras que podemos aplicarnos a todos nosotros. El don del bautismo, de la confirmación o del sacerdocio, que nos marcan definitivamente en el alma, son bienes que han de ser especialmente cuidados. San Pablo se lo dice a Timoteo en la línea de que aproveche todo el potencial que ha recibido por el sacramento del orden. Es algo que también nosotros debemos implorar. Que toda la potencia del bautismo y de la confirmación se hagan manifiestos en nuestra vida para que resplandezca ante el mundo el amor de Dios.