06/02/2007, Martes de la 5ª semana de Tiempo Ordinario
Génesis 1, 20-2, 4a, Sal 8, 4-5. 6-7. 8-9, Marcos 7, 1-13

Reprocha Jesús a los fariseos un pecado especialmente «sutil»: tenían los hijos la obligación de socorrer con determinados bienes a sus ancianos padres. Para evadirse de este deber, algunos declaraban tales bienes bienes como ofrenda al templo, y quedaban así exentos de sus obligaciones filiales. Podrá parecerte que es un pecado «de los de antes», que difícilmente podrá encontrarse a quien adopte en nuestros días semejante actitud…

No quiero decir que haya quien eche en el cestillo de la iglesia el pan de sus hijos; la tentación de nuestros feligreses, hoy día, es más bien la contraria. Pero, para algunas personas, las «cosas de Dios» suponen una huída de las obligaciones familiares y profesionales más santas; y, en ese caso, las «cosas de Dios» se convierten, merced a una abominable profanación, en pecados contra Dios. Es necesario ir a la iglesia; en el templo nos encontramos con Jesús sacramentado, celebramos la Eucaristía, catequizamos a nuestros niños y mayores, socorremos a los necesitados… Si puedes asistir a misa diariamente, te animo con toda mi alma a hacerlo. Además de ello, necesitas dedicar todos los días un tiempo, que debe ser de soledad, a tu oración personal. Debes también formarte, y, si tienes tiempo, colaborar en la labor formativa de la Iglesia… Pero recuerda que, como laico, has sido bendecido con una vocación maravillosa: «Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla». Por eso, el verdadero templo en que realizas tu ofrenda y prolongas la Eucaristía está en la calle, en tu hogar, en tu centro de trabajo. Allí, delante del ordenador o al volante un coche; en la sala de estar o en la habitación de estudio de tus hijos; en la cocina; en el restaurante… Allí está tu altar.

Cuando un laico, con la excusa de atender a las «cosas de Dios», pasa horas y horas en la iglesia, desatendiendo a su familia o a su trabajo, lo que está haciendo en la iglesia es pecar; puede hasta parecer que ayuda… pero estorba, porque desobedece. Cuantas veces un padre o una madre de familia llegan tarde a casa, por haber estado enzarzados en reuniones maratonianas dentro de los locales parroquiales, y luego despachan lo antes posible la cena de los niños, como quien tiene prisa, se está cometiendo un pecado que hiere a los mismos ángeles. Y, como estos, otros muchos casos podría contarte.

Hoy le pediré a la Santísima Virgen que los laicos paséis el día entero delante del altar: del altar de la mesa del despacho, del altar de la cocina, del altar de la sala de cine, del altar del dormitorio matrimonial. Que pueda yo veros ante el altar en que celebro la misa, y que, después, pueda contemplar a la misma Víctima eucarística entrando en los autobuses, en los coches, en los mercados… Y llenando el mundo. Eso es Eucaristía; lo otro es «caradura».