16/02/2007, Viernes de la 6ª semana de Tiempo Ordinario
Génesis 11, 1-9, Sal 32, 10-11. 12-13. 14-15 , san Marcos 8, 34-9, 1

Primero fue Babel… Y luego, toda una larga serie de desastres que llegaron hasta Jesús Gil, Florentino Pérez, Ruiz Gallardón, y, como se descuide, mi amigo Carlos, que es un ingeniero de primera, en cuya casa hay buen vino, tortilla de patatas, y cariño del mejor… Pero que tenga cuidado, porque como lo atrapen del todo los «hijos de Babel», un día me lo encontraré firmando cheques con muchos ceros…. ¿Qué tiene esto del urbanismo, que provoca iras en el cielo y en la tierra? ¿Qué misteriosa asociación de ideas mueve a los gigantes del ladrillo a convertirse en presidentes de equipos de fútbol? ¿Se condenaría el que hizo el acueducto de Segovia?… Son enigmas que resolveré el día del Juicio Final, cuando cada ladrillo vuelva con su Florentino.

Bromas aparte, el caso es que hace muchos, muchos años, una torre, fruto del pecado de los hombres, quiso tocar el Cielo. Fue edificada sobre un monte, llamado de la Calavera, cuando los hijos de Adán levantamos una Cruz de la que pendía el Hijo de Dios. «Emplearon ladrillos en vez de piedra», porque despreciamos a la Roca, que es Cristo, no quisimos apilar las buenas obras que Dios había dispuesto para nosotros, y, en su lugar, cocimos, en el fuego de nuestro egoísmo, el dócil barro de que estábamos hechos, tornándolo de nuevo duro e intratable, y fabricando unos ladrillos que habremos de llamar pecados.

Allí todos concurrimos. Yo también subí, pisando el Cuerpo de mi Redentor, para colocar mi ladrillo sobre su Corazón aplastado por las culpas. Y, al final, aquella Torre tocó el Cielo, porque el Sacrificio ofrecido por el Verbo alcanzó las entrañas de Dios hasta hacerlas estremecer en un escalofrío de misericordia.

Hablábamos la misma lengua, porque el pecado es idioma universal. Pero, una vez colocado el ladrillo, volvimos divididos. Regresó Judas hablando palabras de muerte, y María guardando un silencio de Vida, y Pedro gritando lágrimas de Amor, y Cleofás mascullando el lenguaje del engaño y del soborno. Cuando, al predicar, me fijo en los rostros que hay frente a mí, soy consciente de que algunos me entienden, de que mis palabras entran en ellos hasta alegrarles con lo que a mí me alegra, hasta enamorarles con lo que me ha enamorado a mí. Otros, sin embargo, me parecen cotos cerrados, inasequibles, y siento entonces el enorme cansancio de quien quisiera derribar a golpes una puerta sin lograrlo… Pero, claro, de esto no tienen la culpa D. Jesús, ni D. Florentino. En todo caso, yo ya he tomado mi decisión: aupado por mi Madre, subiré de nuevo a la Torre, pero esta vez no será para amontonar otro ladrillo; en esta ocasión, me abrazaré a quien todos los soporta, me encaramaré en lo alto, y desde allí gritaré. Luego, el que pueda entender, que entienda.