22/02/2007, Jueves de la 2ª semana de Cuaresma. La Cátedra del apóstol San Pedro

Mucha gente vino ayer a recibir la ceniza. Parece mentira que un gesto tan simple, tan sencillo, de tan poco valor a los ojos de nuestros económicos sentimientos, pero que atraiga cada vez más a mucha gente a acercarse y a volver, aunque sólo sea un día, a la Iglesia. Tal vez sea justamente por eso. Lo que la gente viene a buscar ese día es ceniza, y que se la pongan en la cabeza. Podíamos innovar y dar un día chocolatinas, seguro que el primer año era un exitazo. Pero después encontrarían chocolatinas mejores en otro establecimiento, o quisieran guardar el tipo, o descubrirían de pronto que son diabéticos, y nuestras iglesias volverían a estar vacías. La gente viene a la ceniza porque nadie da ceniza y no esperan recibir otra cosa.

(Jesús) “les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. »” No podemos contestar otra cosa. “A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y participe de la gloria que va a manifestarse, os exhorto: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo.” Quien se acerca a la Iglesia viene buscando a Cristo, el Hijo de Dios vivo. Podemos ofrecerles otras cosas, sucedáneos más o menos fáciles de digerir o alternativas aparentemente más cómodas; pero así sólo conseguiremos vaciar, una vez más, las iglesias.

Este tiempo de cuaresma, tiempo intenso de oración y de vida parroquial, no podemos convertirlo en un momento fofo, informe, blandito. Quien se acerca en estos días, tal vez movido por un recuerdo de la infancia, por el desasosiego de los tiempos actuales o por pura rutina, tendría que encontrarse con Cristo, y el sacerdote es el pastor, modelo del rebaño. Es una gran responsabilidad, pero también una gran alegría pues “eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.” Dios vuelca su gracia en los sacerdotes (al igual que lo hace en los padres, educadores, profesionales, trabajadores, …, para que cumplan bien su misión en el mundo), pero me atrevería a decir que de una manera peculiar en los sacerdotes, para que conduzcamos a la gente a Dios, para que cada alma no nos descubra a nosotros, sino a Cristo el Señor. Es más fácil, muchas veces, querer salir del paso, no complicarse la vida ni “complicársela” a quienes se acercan a nosotros. Pero el sacerdote implica que “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí” Ojalá fuésemos los sacerdotes más exigentes con nosotros mismos respecto a las horas que pasamos en el confesionario, en cómo celebramos la Santa Misa, en qué atención damos a quien nos viene a pedir una palabra de aliento o de esperanza. A veces los sacerdotes hacemos nuestro ese refrán de “Consejos vendo y para mi no tengo,” pero estoy convencido que contamos con la oración de muchos para que esta cuaresma busquemos el ser verdaderos sacerdotes santos, sin remiendos ni cortapisas, sin vergüenzas o perezas de anunciar a Cristo en toda su verdad, que satisface plenamente a todo hombre.

Santa María, Madre de los sacerdotes, te pido hoy por todos los sacerdotes del mundo, que seamos pastores, realmente, según la medida del corazón de Cristo.