24/02/2007, Sábado después de Ceniza – Tiempo de Cuaresma
Isaías 58, 9b-14, Sal 85, 1-2. 3-4. 5-6, san Lucas 5, 27-32

Los templos parroquiales que van teniendo algunos años suelen ser un criadero de reparaciones. Cuando no se estropea una cosa, sale una gotera por otro lado, o se mueven las baldosas o se estropea la calefacción. Es normal, son edificios grandes y, gracias a Dios, utilizados por mucha gente. Así que, a no ser que el cura se apunte a un curso de bricolaje, para el que no suele haber tiempo, es bueno tener a un “manitas” que arregle las cosas. Yo tengo la suerte de tener a un par de ellos, que cumplen excelentemente su servicio. A veces los he visto reparar alguna pequeña grieta y pensaba que eran manías eso de hacer la grieta más grande antes de taparla. Yo pensaba que cuanto más pequeña antes se taparía, pero la gente tiene sus manías. Ya entendí que alrededor de la grieta el yeso suele estar también estropeado y, como la tela del evangelio, lo nuevo tiraría de lo viejo y se haría una grieta peor. Primero hay que sanear la rotura, después arreglarla (pero se lo dejo a los expertos).

“Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.” Cada día descubro que se valora menos la penitencia. Hasta a gente muy buena la abstinencia le parece una necedad y la mortificación algo medieval. Sin embargo hay que quitar el “yeso muerto” o nuestra vida, creyendo que ganamos en virtud y santidad, la descubriremos, de pronto, peor que hace unos años. Hay que desterrar, quitar, apartar, alejar de nosotros todo lo que nos aleja de Dios y de los demás y, después, construir. Eso duele, parece que da más trabajo que tapar nuestro mal humor con una capa de resignación, nuestra envidia con un poco de generosidad o nuestros afectos desordenados bajo la manta de algún rato de oración. Sin embargo, para que el Señor nos “repare” tenemos que dejarle que arranque de nosotros todo lo malo, todo lo muerto. Puede ser duro, podríamos preferir hacer “borrón y cuenta nueva,” por nosotros mismos, pero tenemos que dejar que Dios nos descubra nuestras faltas y las arranque de nosotros. Él lo puede hacer poco a poco, a lo largo de muchos años, o de golpe, si de verdad calase en nuestro corazón esa llamada: “Sígueme.” Pero como cuando nos quitamos un esparadrapo, aún sabiendo que nos va a doler más, preferimos hacerlo despacito “por si acaso esta vez no nos duele”.

Rápido o lento, con mucho que quitar o con poco (aunque por poco que sea, como es nuestro siempre nos parece mucho), lo importante es pensar en el resultado, del que no podemos dudar: “El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña; reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas.” Por muy destrozada que te parezca tu vida, por poco que te parezca que puedes aportar a la Iglesia y al mundo, si dejamos que el Señor sea nuestro arquitecto y “manitas” en esta Cuaresma, construiremos (mejor dicho, construirá en nosotros), el edificio de la santidad. Dejémosle.

Leví poco podía esperar de su vida: recaudar, pagar, gastar y otra vez a recaudar, pasando la vida entre sus amigotes y los despreciados por los “buenos.” Pero cuando se levantó de su mesa de recaudador le dio permiso a Jesucristo para entrar “a saco” en su vida.

Nuestra Madre María te señalará sin tapujos las grietas de tu vida, pero en sus brazos nos trae el remedio.