25/02/2007, Domingo de la 1ª semana de Cuaresma
Deuteronomio 26, 4-10, Sal 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15, Romanos 10, 8-13, San Lucas 4, 1-13

“Yo he permitido al demonio tentarme en el desierto, y esto por vosotros, por vuestro amor, para vuestra instrucción; a fin, primeramente, que sepáis que se es más tentado en el desierto que en cualquier otra parte, y que aquellos que se retiran por mi amor a la soledad, no se sorprendan ni se desanimen por la multitud de las tentaciones; a fin de que veáis que la tentación no es pecado, puesto que yo mismo he sido tentado… Y tentado de cosas monstruosas (por consiguiente no debéis entristeceros no descorazonaros cuando lo seáis vosotros, ni desdeñéis a vuestros hermanos, ni los censuréis cuando ellos lo son); después, a fin de que veáis como se resiste a las tentaciones; es necesario resistir en seguida desde que ellas se presentan, desde el primer instante. Un excelente medio de combatirlas es la de oponerles palabras de la Santa Escritura, las cuales tienen por su origen una fuerza divina…” No he resistido la tentación (¡je!) de comenzar el comentario de hoy con este párrafo de los escritos espirituales del beato Carlos de Foucauld, pues si alguien sabía de desiertos en la vida contemporánea es él.

“En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto.” El Evangelio de hoy lo llamamos muchas veces el Evangelio de las tentaciones, y sin duda multitud de predicaciones y meditaciones se dirigirán hoy sobre ese tema, que tanto nos preocupa habitualmente. Yo preferiría llamarlo el Evangelio del desierto. Jesús no se retira al desierto para ser tentado, para eso podría haberse ido a un barrio chino de Jerusalén (aunque no creo que los llamasen así). Jesús se va al desierto “lleno del Espíritu Santo” a prepararse, mediante la oración y el ayuno, para su vida pública, y allí es tentado. Lo difícil es marcharse al desierto, no resistir la tentación. En nuestra época, en la que tan difícil es apartarse de los ruidos, mantener un cierto nivel espiritual y buscar a Dios entre las prisas, el diablo debe haberse apuntado a un curso de aeromodelismo para llenar sus tiempos libres. No quiero decir que no haya pecado en el mundo, hay mucho, muchísimo, pero cuando falta interioridad el diablo deja el trabajo a la carne y al mundo, no hace falta tentarnos para hacer el mal pues cuando lo vemos nos lanzamos de cabeza a él, no nos hace falta ni un empujoncito. Por eso tantas personas tienen tan poco sentimiento de culpa y de pecado, simplemente se han dejado llevar, creen que son así (mentirosos, adúlteros, egoístas, envidiosos, etc.) y no se preocupan más. No hay una lucha contra el pecado, simplemente viven inmersos en él.

La tarea complicada de la cuaresma, con la que empezamos este domingo, es irse al desierto. No conformarnos con “soy así” y recordar que “el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos.” Hemos sido redimidos en Cristo, hemos superado el pecado y esa no es la situación natural del hombre, sino vivir en la gracia de Dios, pues “la palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón.” Una vez que nos paremos a descubrir quiénes somos realmente, nos decidamos a hacer oración de verdad, sepamos situar nuestra vida como hijos de Dios, entonces (y sólo entonces), vendrán las tentaciones. Pero las tentaciones son facilísimas de superar (aunque cuando las sufrimos nos parezcan insalvables), pues tenemos todas las armas para vencerlas, toda la Gracia de Dios, la inhabitación del Espíritu Santo, la intercesión de los santos y la cercanía de nuestra Madre la Virgen. ¿Qué es un alfeñique como el diablo frente a tantos? Y si caemos nos levantamos, pedimos perdón y seguimos caminando, sin sustos, miedos ni complejos.

Primer domingo de Cuaresma, pues ¡hala!, a hacer la maleta (con poquitas cosas) y al desierto. Es un desierto muy poblado, con encontraremos con Jesucristo, con la vida de los santos que nos ayudan, con nuestro ángel de la guarda y, por supuesto, también con el diablo, pero entonces apretamos más fuerte la mano de nuestra madre la Virgen y a seguir nuestro camino.