09/03/2007, Viernes de la 2ª semana de Cuaresma
Génesis 37, 3-4.12-13a. 17b-28 , Sal 104, 16-17. 18-19. 20-21, san Mateo 21, 33-43.45-46

Una de las imágenes que se utiliza en la Biblia para significar la heredad del Señor es la de la viña. Partiendo de la tradición de Oriente, donde la viña era una propiedad querida y especialmente cuidada, Jesús la utiliza para significar su pueblo.

Por cómo la ha cuidado ya descubrimos el amor preferente que tiene hacia ella. Al señalar todas las precauciones que ha tenido con su viña el Señor nos indica las gracias, el cuidado amoroso para con su Iglesia. Ahora bien, no deja de ser su viña.

Ahora bien, el Señor espera una correspondencia a sus dones. Aquí nos aparece bajo la figura de los criados que acuden a recibir la cosecha, pero los trabajadores no quieren dársela. El amo insiste, pero sin resultados. Finamente envía a su hijo, que representa a Jesucristo, y aún a éste lo matan. Quieren quedarse con la herencia que es de Jesucristo.

Meditando sobre este texto podemos ver las profundas enseñanzas que contiene para nuestra vida espiritual. La viña es la Iglesia pero también e ama de cada uno de nosotros. Dios cuida de ella con un amor preferente y nos da dones, distintos a cada uno, pero siempre buenos. Pienso especialmente en las gracias denominadas carismas. Las gracias carismáticas son entregadas al fiel en beneficio de toda la Iglesia. No son aquellas por las que somos santos, sino otros dones peculiares que hemos de poner al servicio de todo el organismo eclesial.

Es fácil apropiarse de ello y creer que son dones personales, merecidos y de los que somos propietarios. Lo cierto es que son gracias y nosotros hemos de trabajarlos. Dios quiere que demos frutos con ellos y nos interroga sobre su utilización. En la parábola aparece con la idea de la cosecha. Sería terrible que alguien se posicionara contra Dios diciendo que la inteligencia es suya, o la simpatía, o la capacidad apostólica. Todo forma parte de la viña, que está siendo protegida por el Señor, que es suya, y en la que nosotros trabajamos.

Los dones espirituales ejercen un poderoso atractivo. A igual que nos gusta tener cosas materiales y sobresalir en algunas cualidades humanas, también se puede apoderar de nosotros un cierto orgullo espiritual. Cuando sucede tendemos a apropiarnos de lo que no es nuestro.

Las gracias que Dios nos da resplandecen mejor cuando dejamos que permanezcan en el Señor. De esa manera son reflejo continuo de su misericordia. Cuando empezamos a pensar que son nuestras las empañamos. Que la Virgen María nos ayude a reconocer todos los bienes que Dios nos da y a sabernos fieles colaboradores suyos.