10/03/2007, Sábado de la 2ª semana de Cuaresma
Miqueas 7,14-15.18-20, Sal 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12, san Lucas 15,1-3.11-32

La parábola del hijo pródigo puede comentarse indefinidamente. Es un texto en el que Jesús nos manifiesta con especial belleza plástica la realidad de pecado y de la misericordia de Dios. No podemos pretender agotar su contenido, pero podemos fijarnos en algunos aspectos.

El hijo pródigo somos cada uno de nosotros. Cobrar la parte de la herencia e irse a vivir a un país lejano es la tentación. Queremos vivir con los bienes de Dios, pero sin Dios. Pensemos en la frase: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. Quizás todo el tema está ahí. Nos parece que hay una parte de nosotros, de lo nuestro, en la que Dios no debería meterse para nada. Aspiramos a una autonomía que es imposible dada nuestra condición criatura, porque si existimos es porque Dios nos ha creado y nos mantiene en la existencia, y respecto de los demás bienes hay que pensar lo mismos. Sin embargo existe esa tendencia a alejarse de Señor, como si su presencia impidiera nuestro desarrollo. Así lo vive el hijo pequeño que, en lugar de disfrutar de los bienes junto a su padre quiere vivirlos lejos de él.

El tiempo de Cuaresma nos invita a volver a mirada hacia el Señor recordando nuestra condición de hijos y lo bien que se está en la casa paterna. Es fácil que nos identifiquemos con el muchacho que, dilapidada su fortuna, ha acabado cuidando cerdos. Está en la absoluta soledad. Probablemente vive oculto bajo su tristeza y amargura. Sin embargo, aún así, es capaz de recordar a su padre. El síntoma de la tristeza puede servirnos como punto de partida en la Cuaresma. ¿A qué se debe que estemos así? ¿Qué hemos hecho con la pequeña fortuna que teníamos? ¿Dónde está nuestro Padre?

Cuando el hijo retorna a casa nos tropezamos con otro personaje: el hermano mayor. Esta figura nos sirve para darnos cuenta de algo más. No basta con estar cerca de Dios, sino que hay que abismarse en Él. Algunos místicos, como la beata Isabel de la Trinidad, se han dado cuenta de ese hecho. Dios quiere vivir en lo más profundo de nuestras almas y nosotros hemos sido creados para no encontrar descanso fuera de Dios. Nuestro destino es adentrarnos cada vez más en su corazón infinito.

El hermano mayor vive junto a padre, pero sin el padre. Es esa falta de sintonía con el corazón paterno el que hace que tampoco sea capaz de disfrutar de los bienes que posee. Sólo vivimos la creación en plenitud y todos los bienes que contiene en cuanto estamos unidos a Dios. En Él encuentra toda la realidad, y especialmente cada uno de nosotros, su sentido más profundo.

María, ayúdanos durante este tiempo de Cuaresma, a volver nuestra mirada hacia Dios, a correr a su lado para no separarnos nunca y a ahondar cada vez más en el abrazo amoroso que el Padre nos ofrece.