12/03/2007, Lunes de la 3ª semana de Cuaresma
libro de los Reyes 5, 1-15a, Sal 41, 2. 3; 42, 3. 4, san Lucas 4, 24-30

Leyendo la historia de Naamán pensaba en los sacramentos. Aquel ministro sirio se sorprende de lo que le manda el profeta. ¿por qué bañarse en el Jordán si en su país hay ríos mejores? Le cuesta entender que lo importante no es la corriente de ese río sino la obediencia a un profeta que habla en nombre de Dios. La cosa es radicalmente distinta, porque Naamán no iba a ser curado por el poder de las aguas, sino por el poder de Dios que quiere manifestarse a través de esas aguas. Podía hacerlo de muchas otras maneras pero eligió esa.

Al final se baña. Y aquí lo más sorprendente es el argumento del criado: “Señor, si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, lo harías”. Y dicha afirmación es mucho más profunda de lo que parece, porque el Señor, para darnos la salvación no nos propone nada difícil. Otra cosa es a dónde le lleva a cada uno su fidelidad a la vocación recibida. Pero Dios ofrece su salvación de una manera gratuita y que es de fácil acceso para el hombre. Jesús mismo se referirá en el Evangelio de hoy a esa absoluta gratuidad de Dios.

Al proponer algo sencillo Dios nos muestra que toda la obra salvadora es suya, teniendo el hombre sólo que aceptarla. Sucede que hay como una sospecha ante tanta sencillez. Nos gustaría hacer algo para merecer ser preferidos por Dios. Pero el nos quiere incondicionalmente y no necesita que lo sorprendamos con grandes obras para que se fije en nosotros. Más bien es Él quien nos sorprende hablándonos desde la pequeñez.

Digo que pensaba en los sacramentos. Siempre me han impresionado por su sencillez: el agua del bautismo, el pan y el vino de la Eucaristía, la simplicidad de las fórmulas… Es fácil acercarse a los sacramentos y, sin embargo, no lo hacemos con la asiduidad que se nos permite. Porque todo sacramento es en primer lugar un ofrecimiento de Dios. Y especialmente pienso en los de la penitencia y la eucaristía: en el perdón de los pecados y en la unión con Jesús mediante la comunión. En ellos Dios se da del todo y nos ofrece su salvación, pero queda ese paso que se ofrece a nuestra libertad. Según ese principio nosotros hemos de aceptar lo que se nos ofrece.

Los sacramentos, por decirlo así, ponen a Dios a nuestro alcance. O hacen, sin embargo, bajo formas muy humildes, que obligan a una postración por nuestra parte. En ellos Dios no nos pide nada grande salvo el salto de la fe. A Naamán le pidió que se bañara siete veces, que a mí me recuerda a los siete sacramentos. A nosotros nos pide unas disposiciones para cada uno de los sacramentos, que es la manera de recibirlos dignamente.

Que la Virgen nos ayude a no prescindir de los medios de salvación que Dios nos ofrece. Que nos conceda ser humildes como ella para acercarnos sin miedo a las fuentes de la salvación.