15/03/2007, Jueves de la 3ª semana de Cuaresma
Jeremías 7, 23-28, Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9 , san Lucas 11, 14-23

La primera lectura de hoy nos recuerda a todos nuestra infancia y, quizás a más de uno, también su juventud y aún edades posteriores. Por más que nos digan las cosas nos empeñamos en no escuchar.

Jeremías es un profeta que se caracteriza por anunciar calamidades. Lo hace porque obedece a Dios aunque a él le hubiera gustado ser portador de noticias agradables. Pero nunca pudo alagar los oídos de su auditorio porque la fidelidad a Dios era más importante que sus gustos personales. Por ello acabó en la cárcel. En esta ocasión hace un repaso a la relación de Israel con Dios. Fácilmente podemos ponernos nosotros en el lugar del pueblo elegido y aplicarnos, al pie de la letra, lo que dice el bueno de Jeremías.

Dios había establecido una alianza con su pueblo. Esta conllevaba un pacto de doble cumplimiento e iba vinculada a una promesa que era la posesión de la tierra prometida. Después de largos años por el desierto el pueblo de Israel pudo ocupar la heredad que Dios les había reservado. A partir de ese momento empezaron a olvidarse de Dios. Los mandamientos que el Señor les había dado fueron sistemáticamente desobedecidos e Israel se aficionó a los dioses locales o se dejó deslumbrar por las potencias extranjeras. Empezaron a vivir como si Dios no existiera. El culto era cada vez más vacío y la memoria de las obras extraordinarias que Dios había obrado con ellos se fue perdiendo.

Dios, para dar mayor relieve a su enojo, que es pedagógico y se ordena a nuestro bien, que es la conversión del corazón, llega a decir: “Ya puedes repetirles este discurso que no te escucharán; ya puedes gritarles, que no te responderán”.

A mí esta lectura me lleva directamente a pensar en cómo vivo la Cuaresma. Es una oportunidad que Dios me da cada año; una verdadera invitación a la conversión total. Dios me llama a empezar totalmente de nuevo, a que la gracia pascual me haga criatura nueva. Pero ¿Cómo aprovecho este momento de gracia?

La liturgia no intenta repetir las cosas sino ofrecer algo nuevo en cada momento. En ese sentido aunque la Cuaresma siempre remita a lo mismo, cada vez es un acontecimiento nuevo en el que nuestro corazón puede ser totalmente transformado. Dios nos habla de nuevo y nos llama a cambiar nuestro corazón de carne. Cuando uno no escucha muchas veces una llamada se va endureciendo y, cada vez, se hace más incapaz de cambiar. Por eso la lectura de este día nos invita a pensar a fondo cómo acogemos la llamada del Señor.

El Evangelio muestra que sucede cuando alguien vive al margen de Dios: acaba no reconociéndolo. Es por ello que los fariseos, en vez de alegrarse porque Jesús cura endemoniados, lo acusan de ser él mismo el demonio. Se trata de una grave perversión consecuencia de haber desoído de forma sistemática la voz de Dios.

El Señor nos va educando. Nos habla a través de la liturgia, de la predicación, de nuestra propia historia… Hay que atenderle a diario y caminar al paso de su palabra. De no hacerlo cada vez nos incapacitamos más para reconocerlo.

Que María, siempre atenta a la Palabra del Señor, nos ayude a escuchar la llamada a la penitencia que Dios nos hace durante estos días.