18/03/2007, Domingo de la 4ª semana de Cuaresma.
Josué 5, 9a. 10-12, Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7 , Corintios 5, 17-21, san Lucas 15, 1-3. 11-32

Quisiera que clavaras hoy tu mirada en aquel joven, huido de la casa de su padre, y postrado ya por tierra, tras haber malgastado la herencia. Quisiera que le observases mientras llora apacentando puercos, y con el dorso de sus manos negras se seca el sudor de la frente, mirando con envidia a los animales mientras comen. Y quisiera que recordases que ese joven a quien ahora oyes gemir era el hijo de un hombre muy rico y muy bueno; que estaba llamado a gustar las delicias de la vida y el cariño de los suyos; que era un príncipe, y ahora es tan sólo un puñado de barro arrojado bajo un árbol.

Dime si tú y yo no nos parecemos a él: creados para amar a todo un Dios y ser amados por Él; destinados a gustar delicias de gracia que ansían los ángeles; llamados a vivir eternamente (¡Eternamente!) en el seno de la Trinidad… Y aquí andamos, con la mirada surcando la tierra, llenos de deseos y hambres de consuelos humanos, de bienes materiales, de compensaciones terrenas… Cuando ni tan siquiera eso nos es dado.

Gimiendo algunos por recuperar la salud… sin lograrlo; suspirando otros por unas monedas… que nunca llegan; llorando muchos por un éxito humano… que se hace esperar; mendigando una paz que es de este mundo… en medio de la guerra. Siempre quejándonos, siempre echando algo en falta… Una flor silvestre, que hoy es y mañana no existe, obtiene una existencia más cumplida y tranquila que muchos hijos de Eva. Por eso, hermanos menores del hijo pródigo, nos hemos levantado esta Cuaresma.

¡No queremos seguir suspirando por unas algarrobas que amargan las entrañas! Sí, volveremos a la casa de nuestro Padre, le pediremos perdón, y permitiremos que Él nos festeje y nos alimente. Dejaremos atrás estos campos de muerte (díselo: «Señor, a partir de hoy, todo lo que pueda desear de este mundo lo doy por perdido»), y volveremos a casa… a Casa, a Jerusalén, a Dios; apenas nos acordamos de cómo era. Han pasado muchos siglos desde Adán.

Y así llevamos caminando más de tres semanas ya. Han sido veinticinco largos días, a ratos se han hecho interminables. Ha aparecido el Enemigo con sus piedras, y las llagas de nuestros pecados han manado mucha sangre. Pero hoy es diferente. Hoy levantamos la vista, y a lo lejos divisamos, al fin, las puertas del Hogar. Allí, en un abrazo de lágrimas entre el hijo pródigo y su padre, se dibuja la Cruz, y los brazos abiertos y sangrantes de Jesús de Nazareth abrazan a su Padre en un vértigo de muerte y de Vida. La Cruz, hoy, se ve abierta, y tras ella nuestros ojos contemplan la sonrisa y las lágrimas de gozo de nuestro Dios. Y, más allá, un banquete, y un asiento que lleva mi nombre escrito con la sangre de un Cordero… Y Jerusalén, Jerusalén para siempre. Y, un poquito más acá, de este lado de la Puerta… María. Sabe que llegaré exhausto, y me espera al pie de la Cruz, para introducirme a besos en el Cielo… En Jerusalén. Es «dominica laetare»…. “Domingo de alegría”.