19/03/2007, Lunes de la 4ª semana de Cuaresma. Solemnidad de San José, esposo de la Virgen María
Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16, Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29 , Romanos 4, 13. 16-18. 22, san Mateo 1, 16. 18-21. 24a

Creo firmemente que hay personas que están hechas la una para la otra (como creo que los hay que no pegan «ni con cola», por más que se empeñen), y que, por eso mismo, una mujer puede representar, para un hombre (y viceversa), su «vocación encarnada». Creo que José se enamoró perdidamente de María de Nazareth, y le alabo mil veces el gusto, y que María contenía, dentro de sí, la llamada de Dios para José. Por eso encomiendo a José a todos esos jóvenes que no saben enamorarse, y que se lanzan como tontos a trampas mortales, para que aprendan a estremecerse ante lo verdaderamente hermoso, y a valorar en sus justos términos lo que está destinado a pasar de largo. Bendita sea la vocación de José.

Creo firmemente que las almas grandes son seres pequeños que saben rendirse ante lo sublime. Contemplo en silencio el sufrimiento de José, cuando, al escuchar las escuetas palabras con que María le anunció su estado de gravidez, sintió tan lejos a Aquella que le había robado el corazón. Le busco en mi oración durante aquella noche de insomnio, dando vueltas y vueltas en la cama, sin entender nada, viendo truncados sus nobles proyectos terrenos y buscando a tientas el modo de apoyarse sólo en Dios… Y lo invoco; lo invoco en favor de quienes no queremos apoyar nuestra vida más que en la Voluntad del Altísimo. Bendita sea la vocación de José.

Creo firmemente que nuestra riqueza consiste en poseer nada y administrar mucho. Por eso, se me llena de luz el alma ante el anuncio del ángel, por quien José supo que Dios le nombraba cuidador de sus más grandes tesoros: su Hijo Único y su Esposa. E invoco a José en favor de los sacerdotes de Cristo, que hemos recibido en nuestras manos, para administrarlos santamente, los tesoros de la gracia del Altísimo. Bendita sea mil veces la vocación de José.

Creo firmemente que la castidad consiste en manifestar el amor arrodillando alma y cuerpo ante el plan de Dios sobre el ser amado. José fue llamado a vivir, bajo el mismo techo, con la Mujer más hermosa que jamás piso la tierra, sin ni siquiera tocarla, pero amándola hasta dar la vida. Por eso invoco al Santo Patriarca en favor de los esposos, llamados a amarse casta y fértilmente, según ese estilo divino de amar que encuentra mil modos para mostrarse y que conoce su expresión más sublime en la entrega sacrificial de la Cruz. Bendita sea, por siempre, la vocación de José, y bendito sea José, el hombre obediente que dijo «sí», siempre, a todo lo que Dios le pedía.