23/03/2007, Viernes de la 4ª semana de Cuaresma.
Sabiduría 2, la. 12-22, Sal 33, 17-18. 19-20. 21 y 23, san Juan 7,1-2.10.25-30

«No quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo»… A lo largo de esta semana, hemos ido contemplando, día a día, en el evangelio de San Juan, cómo se estrecha el cerco de los judíos en torno a Jesús; la Pasión se está preparando en las almas de los hombres. No te hablo principalmente de aquellos fariseos; te hablo de nosotros… ¿No hemos cerrado un cerco en torno al Maestro tantas veces? ¿No lo hemos encerrado en los ratos de oración, en el tiempo dedicado a la «piedad», para poder hacer con el resto de nuestra vida una obra propia? No lo olvides: el Evangelio no se refiere sólo a algo que pasó ayer: habla siempre de lo que sucede hoy en tu alma y en la mía.

«Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora»… Al final, los tiempos los marca Dios. Le permitió a Satanás que arrastrara a su Hijo por el polvo de la muerte, pero no le permitió decidir la hora: esa hora la marcaría Él, como una demostración suprema de que no abandonaría a su Predilecto.

En ocasiones me he figurado la Historia como una gran partida de ajedrez entre el Hombre y Dios. En el ajedrez, el buen jugador es el que siempre lleva la iniciativa, el que no pierde el control de la partida en ningún momento, y sabe hacerlo con disimulo, dejando que su adversario se confíe, hasta que, en una jugada genial, provoca un desenlace inesperado y ahoga la creatividad su oponente. En muchos momentos, puede parecer que el enemigo gana terreno, que acorrala incluso a su rival… Pero el buen jugador lo tiene todo previsto, y sólo espera a su hora; sabe dar un paso atrás para después dar dos hacia delante. Del mismo modo, Dios no toma posesión de la Historia anulando la libertad del hombre; pero es verdaderamente Señor del devenir humano, porque siempre gana la partida, porque siempre tiene un movimiento genial que da la vuelta a la contienda, porque permite moverse a Satanás y permite a los hombres pecar esperando siempre su hora, sin precipitarse, con una inteligencia admirable. Jesús conocía la «hora» de Dios, y llevaba en su Espíritu todo el divino conocimiento acerca de esa terrible «partida» de la Pasión. Por eso, aún cuando pudiera su Corazón estremecerse en un vértigo de soledad y abandono, su Espíritu sabía, con una certeza indestructible, que Dios estaba con Él… Y, si tú y yo lo hubiéramos aprendido, cuando entráramos en la noche del dolor no desconfiaríamos de nuestro

Dios; nuestra esperanza se mantendría firme, aún en las mayores adversidades… Y, de la mano de Cristo, subiríamos al Leño esta Semana Santa, entregándonos a Dios por completo, y haciendo penitencia, con aquella misma certeza que sostuvo en pie a María junto a la Cruz: que nuestro Dios no pierde partidas… ¡Nunca!