01/04/2007, Domingo de Ramos. Comienza la Semana Santa
Isaías 50, 4-7, Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 , Filipenses 2, 6-11, san Lucas 19, 28-40

Comienza la Semana Santa. Así, de pronto, sólo avisando con los cuarenta días de la Cuaresma que, tal vez, se nos han escapado de las manos. Y lo primero que busca Jesús es un borrico: “Id a la aldea de enfrente: al entrar encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía, desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta : por qué lo desatáis?, contestadle: el Señor lo necesita.”

Pobre borrico, no se entera de nada, como tú y como yo. No tiene ni idea que al entrar en Jerusalén, rodeado de los cantos, alabanzas y ramos va a ser como el presagio del que saldrá como otro borriquillo, pero rodeado de improperios, insultos y salivazos. En vez de llevar la suave carga del Señor, el otro borriquillo llevará sobre sí un áspero leño y los pecados, ingratitudes y desprecios de toda la humanidad de todos los tiempos. En vez de la suave mano del Señor al otro borriquillo lo empujarán, zarandearán y probará tres veces, en sus caídas, el polvo de la tierra, de la que hemos sido formados. En vez de herraduras, primorosamente puestas por un buen herrero, será clavado sin piedad al madero. En vez de vestir su lomo con los mantos, le desnudarán en el leño para escarnio, burla y vergüenza. En vez de pasar desapercibido se convertirá en espectáculo público. En lugar de pedir permiso al dueño, será arrebatado de los suyos en medio de la noche y juzgado por un tribunal inicuo… Pobre borriquito, no se entera de nada; pobre tú y yo, seguimos sin enterarnos.

Sin embargo, “el Señor nos necesita.” Cristo quiere hoy contar contigo. Tal vez, con una falsa humildad que lo único que hace es minar la entrega, te sientas muy poca cosa, débil e impotente ante la labor que hay que realizar. No te preocupe, el Señor lo sabe. Jesús no buscó un brioso corcel que, con toda la fuerza de sus músculos tal vez sólo serviría para huir en dirección contraria a Jerusalén y alejarse de los enemigos, del pecado, de la muerte y, por lo tanto, no derrotarlos. No, el Señor se sirve de nosotros: pobres, débiles, atontados, mansos, humildes, poca cosa, pero que cumplen su labor día tras día. Sin merecimientos, sin hazañas espectaculares, sin lustre ni relumbrón. Pero pasito a pasito, tal vez asustados por la muchedumbre pero fiados de la mano que nos guía, vamos caminando hacia Jerusalén y, con nosotros, nuestro precioso caballero.

“El Señor nos necesita.” El Señor no necesita nuestros logros, ni nuestra prepotencia, ni nuestra vanagloria. El Señor necesita rodillas que se doblen ante el nombre de Jesús “en el cielo, en la tierra y en el abismo- y que toda lengua proclame ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.” A pesar de las alabanzas y los cantos, que más tarde se convertirán en multitud vociferante pidiendo muerte, que rodeaban al borrico, él sólo tiene oídos para la voz de su amo, “que le ha abierto el oído, y no se ha rebelado ni se ha echado atrás.”

¡Pobre borrico! ¡Ojalá seamos hoy unos pobres pollinos para entrar en la Semana Santa! Santa María, madre mía y de nuestro Salvador, concédeme creerme un poc menos listo, y ser un poco más burro.