02/04/2007, Lunes Santo- Semana Santa
Isaías 42, 1-7, Sal 26, 1. 2. 3. 13-14 , san Juan 12,1-11

Trescientos denarios era el jornal de un obrero en un año de trabajo. Traducido al español, podrían ser dos millones de pesetas (no me lo pidáis en euros todavía, que me hago un lío)… ¿Te imaginas un frasco de perfume que cueste dos millones de pesetas? ¡Cada gotita de esas que se ponen las mujeres detrás de las orejas debía salir por unos mil duros!. Pero coger un frasco de perfume que ha costado dos millones de pesetas, y quebrarlo para derramar su contenido sobre los pies de un hombre… ¡Eso es un despilfarro del mayor calibre! ¡Resulta escandaloso! ¡Y con el hambre que hay en el mundo! Sí, creo que Judas tenía toda la razón cuando se quejó. Pero también creo que Judas hablaba su propio lenguaje, y que yo se lo he tomado prestado para hacerme entender.

Lo que la lógica de Judas, en su estrechez, no era capaz de asimilar, es que el despilfarro es el lenguaje del Amor; que los enamorados despilfarran a su paso cuanto les viene a las manos. Según la lógica de Judas, una joven inteligente y hermosa que a los veinte años ingresa en un convento de clausura es un despilfarro imperdonable (¡con el bien que podría hacer a la sociedad esa mujer, teniendo hijos y colaborando con su trabajo en el progreso de los hombres!). Aún hoy protesta Judas por las «riquezas de Vaticano»; no las entiende, le escandalizan, porque son un insulto a la eficacia en la lucha contra la pobreza. «¡Menos rezar y más moverse!», se escucha todavía gritar al «práctico», «eficiente», y «trabajador» Judas… Traicionó al Señor porque, desde que divisó la Cruz, fue incapaz de aceptar aquel «sacrificio inútil»… Tienes razón, Judas. La muerte consentida, voluntariamente aceptada, del Hijo de Dios en un tosco Leño,

Cuerpo y Corazón destrozados, junto a dos malhechores y abandonado por los suyos, es el despilfarro mayor que jamás hayan contemplado ojos humanos. Ríete tú del perfume de la Magdalena. No un frasco de alabastro, sino el Cuerpo Humano del Hijo de Dios se quebró aquella noche; no un perfume carísimo, sino la Sangre redentora de Cristo se derramó en aquel Monte. Y, todo ello, «¿para qué?» -continúa preguntando hoy Judas- «dos mil años después, sigue habiendo guerras, injusticias, hambre, y pocos son los que de verdad creen en él»… ¡Qué argumentos más razonables! Pero permíteme decirte, Judas, que tu suicidio tampoco fue un monumento a la eficacia. Y, como el tuyo, tampoco lo es el de tantos y tantos hombres que han seguido tus pasos.

¡Monte Calvario, maravilloso altar del despilfarro! Sobre ti se derrocharon las vidas de Jesús y de su Madre; sobre ti se derramó el Amor gratuitamente. Sobre ti quiero hoy yo quebrar mi existencia, y dejar que se pierda por completo en esta locura de Amor. Y si algún idiota me pregunta «¿para qué?» no voy a responder, porque el Amor no es «para» nada; es «por»: «entregado por vosotros»; «derramada por vosotros»; «dar su Vida en rescate por muchos»… ¡Por que me da la gana!