04/04/2007, Miércoles Santo- Semana Santa
Isaías 50,4-9a, Sal 68, 8-10. 21-22. 31 y 33-34 , san Mateo 26, 14-25

Seguimos contemplando la traición de Judas. “¿Qué estáis dispuesto a darme si os lo entrego? Ellos se ajustaron con él en treinta monedas.” No es mucho el precio, no daba para prejubilarse de apóstol y dedicarse a vivir como un renegado toda su vida (que no fue mucha, por cierto). Cuando pensamos en cuánto valoraríamos nuestra amistad o nuestra fidelidad a alguien podemos pensar, a veces, en cifras astronómicas, si es que creemos que es verdad que todo hombre tiene un precio. Si nos preguntasen por cuanto entregaríamos a alguien, no a Cristo, ni a un amigo ni a una persona querida, a una persona a la que casi no conociéramos, tal vez nos indignaríamos y diríamos que ni por todo el oro del mundo. Pero si miramos la historia de la humanidad descubrimos que está llena de traiciones, que no es nada infrecuente en el mundo del poder o del dinero, sin tener que llegar hasta James Bond.

Antes de llegar al Jueves Santo podríamos preguntarnos cuántas veces hemos hecho la misma pegunta de Judas: “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?” Tal vez de primeras nos indignemos, ¡nosotros, vendiendo a Cristo! ¡Inaudito!. Y sin embargo, si somos sinceros, nos daremos cuenta de que la hemos hecho miles de veces, y no hemos exigido treinta monedas, a veces ni treinta céntimos. Tal vez por un poco de prestigio, por quedar bien, por un rato de ¿placer?, por desfogarnos, por autocompasión, por debilidad, por imponer nuestra opinión, por despecho, por manías, por mil tonterías que no llegan a tener valor ninguno, hemos vendido a Cristo.

No seamos ingenuos. El diablo siempre está dispuesto a ofrecernos algo a cambio de nuestras traiciones. Pero Satanás es agarrado, un rata, y siempre quiere ahorrar en sus ofertas. Nosotros, que a veces nos creemos tan listos, pactamos y creyendo que hemos hecho un gran negocio al recoger nuestra paga nos damos cuenta que hemos perdido todo. A pesar de que lo sabemos bien, una y otra vez estamos dispuestos a hacer pactos con el mundo, el demonio y la carne. Si para ellos tuviera validez la oficina de defensa del consumidor estarían llenos de denuncias, pero seguiríamos acudiendo a su comercio a ver si esta vez conseguimos un verdadero chollo.

En el fondo el problema del pecado no está en que se nos aparezca como “irresistible,” sino en que apreciamos poco lo que tenemos, en que amamos poco a Cristo y nos parece poco atrayente. Dicho así nos parecerá muy fuerte, pero es la raíz del pecado. Ninguno cambiaríamos a Cristo por nada, pero lo hacemos frecuentemente. Lo que tenemos en el corazón no se corresponde con lo que tenemos en la cabeza. Si pudiéramos decir, de verdad, como santa Teresa “sólo Dios basta,” entonces tendremos el remedio contra el pecado.

Este puede ser un buen propósito para este triduo pascual: No volver a hacer ningún cambio con el diablo, no creer más al mentiroso y enamorarme más de Jesucristo. Contemplar su pasión, su muerte y su resurrección nos ayudará a comprender que “hemos sido comprados a gran precio.” Virgen Dolorosa, ayúdanos a amar a Cristo con el amor que tú le tienes.