13/04/2007, Viernes de la Octava de Pascua
Hechos de los apóstoles 4, 1-12, Sal 117, 1-2 y 4. 22-24. 25-27a, san Juan 21, 1-14

No, no está mal escrito el título. Hoy no vamos a hablar de lloros, entonces el titular sería “lágrima.” Vamos a hablar de la grima, esa sensación desagradable que provocan ciertas cosas a ciertas personas. A mi me da grima la pana, a un amigo mío la goma espuma, a casi todo el mundo el chirriar de una tiza sobre la pizarra. Es esa sensación desagradable, que produce dentera o “repelús” y no se sabe muy bien por qué.

«¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso?» “Eso” es curar a un paralítico. Pero les da grima, les desagrada todo lo que salga de su poder o de su control. A veces parece que a algunos, especialmente a los poderosos, les da grima la resurrección, les molesta que se anuncie que Cristo ha resucitado, les desagrada que se hable de una buena y auténtica noticia. Con lo que desprecian todo lo espiritual ¿qué les molestaría que unos cuantos locos anuncien que Dios nos ama más allá de la frontera de la muerte?. Pero les escuece, y procuran desterrar la fe de las escuelas, de las calles, de los eventos públicos y procuran encerrarla en el ámbito de lo privado. Si quieren relegar la fe al mismo ámbito del coleccionista de maquetas de barcos, no entiendo por qué les molesta tanto (bueno, sí lo entiendo, lo que no sé es cómo se entienden ellos).

“Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: – «Es el Señor.» Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua.” Tal vez de ahí venga la grima que da Jesús resucitado. Tener la certeza de que Cristo ha resucitado significa reconocerle como Señor. Y, por lo tanto, acercarnos a Él a pesar de las dificultades de nuestra desnudez, del mar que nos separe de Jesús, de las dificultades que encontremos. Tal vez si muchos que ejercen el poder (o al menos eso piensan, pues lo mismo pensaba Pilatos) y fuesen consecuentes con su fe en Cristo resucitado no les importaría enfrentarse con todo lo que sea por afianzar una sociedad justa, sin permitir que se repartiesen de manera indigna los bienes que son de todos, o que se acabe con la vida por muy rentable que llegase a ser, ni que se pactase con la injusticia o se favoreciese la violencia entre las personas y los pueblos. Cuando en la conciencia empieza a rechinar la verdad de la resurrección de Cristo empieza a afincarse la idea de nuestro interés, nuestro enriquecimiento o valoración personal, y, entonces, Dios da grima. Se intenta apartar de la vida como se procura hacer parar al niño que está haciendo raspar sus uñas contra la pizarra.

¿Cómo se arregla el mundo? “Jesús. Jesús les dice: – «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: – «No.» Él les dice: – «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.” En el fondo todos sabemos que si fuésemos un poco más justos, escuchásemos la voz de Dios, y siguiésemos su Palabra, el mundo sería un mundo mucho mejor. Se lo podemos pedir a los poderosos, pero también nos lo tenemos que pedir cada uno de nosotros. ¿Creemos de verdad en Cristo resucitado? ¿Estamos dispuestos a lanzarnos de la barca para ir a su encuentro, o preferiremos mirarle de lejos?

Nadie ha contemplado a Jesús más de cerca que María, y jamás se separó de Él. Con ella vamos por buen camino.