16/04/2007, Lunes de la 2ª semana de Pascua
Hechos de los apóstoles 4, 23-31, Sal 2, 1-3. 4-6. 7-9 , san Juan 3,1-8

Nicodemo, hombre culto e instruido hace una pregunta que puede parecer tonta pero que no lo es. Dice: “¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo?”. Aunque la pregunta parezca ingenua responde a la situación de muchos de nosotros. La vida nos ha llevado por diferentes caminos y en ellos hemos ejercitado nuestra libertad. De repente nos gustaría que todo fuera distinto pero esa posibilidad se nos muestra como una utopía irrealizable. Precisamente Jesús nos dice lo contrario y nos muestra la posibilidad.

Nacer de nuevo significa colocarse de una nueva manera en el mundo. Quien nace aparece por una gracia. No sabe bien por qué y se encuentra ante una realidad que se le ofrece como una posibilidad y que ha de descubrir. Será educado para conocerla y, al mismo tiempo, para moverse en ella. De esa manera irá escribiendo su propia biografía. Según el uso que haga de su libertad encontrará la felicidad o vagará por submundos más o menos inconfesables que lo irán atando y destruyendo. Sea cual fuere el recorrido en muchos momentos le gustaría poder colocarse de nuevo ante todas las cosas de una forma más plena, más auténtica y más verdadera. ¿Es eso posible?

Con la alegría de la resurrección podemos decir que sí. Jesucristo resucitado hace todas las cosas nuevas y permite al hombre compartir su resurrección. Por eso podemos nacer de nuevo. Ese nacimiento, de forma radical se da con el bautismo. Dice Jesús: “el que no nazca de agua y del Espíritu no puede ver el reino de Dios”. De forma parecida a nuestro nacimiento biológico, el espiritual también nos es regalado. No se trata de una cura de rejuvenecimiento. Eso es lo que proponen muchas técnicas modernas de autoestima y otros inventos quizás útiles. No, Jesús no viene a rejuvenecernos, sino a darnos una vida totalmente nueva. Se trata de una realidad diferente. Entramos en el mundo como hijos de Dios y herederos del Reino.

El tiempo pascual nos permite vivir esa realidad a través de muchos signos. De una parte quizás asistamos a algún bautizo en el que se produce ese milagro. Puede ser el de un niño pequeño o el de un adulto que ha encontrado la fe. Además, en muchas iglesias, el rito penitencial se realiza mediante la aspersión del agua, que nos recuerda nuestro propio bautismo. Son signos que nos ayudan a tomar conciencia de la nueva vida que Jesucristo nos ha dado. Esa vida no viene de la carne, sino que es un nacer de lo alto.

Por otra parte, cuando ya estamos en la vida cristiana podemos caer en cierta rutina que puede producirnos desazón e incluso tristeza. Somos hijos de Dios pero vivimos como si eso no significara nada. Dios, sin embargo, nos ofrece la oportunidad de recomenzar cada día. Jesucristo es el que vive para siempre. Es el que fue, el que es y el que será. De esa manera nos brinda la posibilidad de recomenzar cada día.

La resurrección conlleva la perenne novedad de todo. Introduce en el mundo una fuerza regeneradora que no se detiene ante nada. Si abrimos nuestro corazón Dios no deja de ofrecernos la belleza de su vida. Cada día se nos presenta con una actualidad renovada. Es la victoria sobre la muerte que lo ensombrece todo y llena nuestro corazón de tinieblas. En Cristo todo es nuevo.

Que María, Madre de Jesús y de todos los creyentes nos ayude a caminar como hijos de Dios, engendrados de nuevo por el bautismo, y nos acompañe a lo largo de toda nuestra vida.