24/04/2007, Martes de la 3ª semana de Pascua
Hechos de los apóstoles 7, 51-8, la , Sal 30. 3cd-4. 6ab y 7b y 8a. 17 y 21 ab, san Juan 6, 30-35

En el Antiguo Testamento Dios obraba prodigios muy visibles. Uno de ellos fue el maná con el que alimentó al pueblo de Israel en el desierto. También en otras ocasiones vemos que la bendición de Dios se manifiesta en la multiplicación de rebaños o tierras. Son figura de los verdaderos bienes que Dios quiere darnos.

Así, en el evangelio de hoy Jesús compara el maná del desierto a su propio cuerpo. Aquel era figura del verdadero pan que se nos da en Jesucristo. El maná era un alimento caduco que sirvió para soportar la travesía del desierto. Venía también de Dios que lo dio para saciar el hambre de un pueblo que empezaba a añorar Egipto, donde eran esclavos pero comían abundantemente. Pero aquel pan era figura del verdadero, que es el mismo Jesucristo.

Estamos tan pendientes de esto o aquello, de pequeñas cosas de valor material que, muchas veces, nos pasa por alto que el gran bien que Dios nos da es Él mismo. Además, la experiencia nos indica que los bienes finitos, por larga que sea la lista, no logran saciar nuestro corazón. Este ha sido hecho para Dios. Dios es la medida de nuestro corazón y sin Él nada puede saciarlo. Puede suceder que, momentáneamente, nos sintamos llenos con otra clase de bienes, pero al final llega el vacío y la añoranza de Dios. No siempre nos damos cuenta de que es eso lo que nos falta, pero nuestro corazón reclama algo más.

Jesús, en el evangelio, nos dice que Él es el verdadero pan de vida. Ese pan se nos da en la Eucaristía, que es su propio cuerpo y sangre. En el sacramento Jesús está verdaderamente presente. No se trata de algo metafórico sino que, como enseñó el Concilio de Trento, allí Jesús está verdadera, real y substancialmente.

Al igual que la samaritana le pidió el agua que quita la sed para siempre, también los judíos del evangelio de hoy le reclaman a Jesús el pan que sacia totalmente el hambre. Esa es también nuestra oración. Lo que sucede en este caso es que la respuesta antecede a la pregunta, porque ese pan se nos ofrece ya en la comunión.

Jesús señala también que para recibir ese pan hay que tener fe. Bendecito XVI en el documento postsinodal Sacramentum caritatis, habla de la Eucaristía como un encuentro de libertades. Así lo vemos en el Evangelio de hoy. Jesús dice: “quien viene a mí”. Es significativo que en la celebración de la misa debamos acercarnos a la mesa del altar para recibir la comunión. Es un movimiento exterior que manifiesta una disposición interna. Igual que Jesús viene al altar, por el sacrificio de la misa, nosotros nos acercamos a Él para ese encuentro que se da en lo más íntimo de nosotros. Dios mismo viene y se une a cada uno. Es lo más grande que sucede cada día en el mundo y lo mejor que a nosotros puede pasarnos.

La libertad que Jesús nos pide para unirnos a Él se manifiesta en las disposiciones que la Iglesia pide para comulgar. Como sabemos son tres: estar en gracia de Dios (y si no es así debemos confesarnos previamente), saber a quien vamos a recibir y guardar una hora de ayuno que, puede parecer poco importante pero ayuda a mantener la conciencia de que la comunión no es algo trivial.